jueves, 12 de septiembre de 2024

Johanesburgo

Abordar una gran ciudad no es tarea fácil, sobre todo cuando tus piernitas se niegan a caminar.

Pero como en mi caso, el alma empuja, voy yendo, aunque despacito…

Lo primero que seleccioné para ir a ver fue el Jardín Botánico, y para mi suerte, estaba bastante cerca del hostel donde me hospedé.














En la caminata pasé frente al cementerio que me sorprendió por sus hileras de granitos alineados en medio de un bosque bien tupido y de floridos arbolitos. Pensé que buena forma de descansar en paz tan en contacto con tantas raíces y tanta sombra fresquita, ja!


El Botánico resultó ser una gran pradera, algo seca porque hace rato que la lluvia no llega, y absolutamente desértico de personas. Encontré una adorable mesita con bancos frente a un apacible estanque y AGRADECI!






Era una tarde luminosa, calma, con pájaros a mi alrededor, un Kayac abriendo estela en el agua lenta, una ardilla pasó a saludar entre las ramas de un plátano, el crujir de las hojas secas dormidas sobre la gramilla, una pareja de enamorados a lo lejos, unas glicinas esplendorosas de azul perfumadas, ¿qué más se le puede pedir a la Vida?






Rodeé la laguna a paso lento y prudentemente dí por cumplido el día, no sea cosa de agotar a mis musculitos que tan bien me llevaron hasta allí.

 

La mañana siguiente la dediqué a ir al down town, zona céntrica, en búsqueda del Service oficial de Nikon para ver de reparar mi cámara. En vista del precio del arreglo y el tiempo necesario, opté por un canje. Feliz con mi nueva Panasonic, chiquita, más liviana y suficiente, retorné a gozar del fresco del patio del hostel.

 

Tercer día en Johanesburgo, obligada visita a la casa museo de Nelson Mandel en el Soweto. Estudié la combinación de minibuses que debía tomar, ya que esa zona, con sus famosas torres grafitadas, e stá bastante alejada del centro, a una hora y media, y llegué justo para cuando unos animados “pseudo indios” daban su show y las escuelas hacían la correspondiente visita.










Aprendí un montón de lo vivido durante el apartheid y todas las luchas que hubo hasta la liberación definitiva del poder de los blancos sobre la población negra. Fueron más de treinta años de infierno, pero finalmente, el pueblo sudafricano logró su independencia  gracias a Mandela y un montón de héroes anónimos. Por un “NUNCA MAS!” también en estas tierras de oro y sol.

De vuelta al hostel, previa foto desde lejos al gran estadio de football, buscando la parada del bus, un policía me saluda y me pregunta para dónde voy, porqué ando sola por esa zona (los turistas blancos van todos en Traffics contratas por las agencias, como rebaño obediente a que le den la papa en la boca). Me pide el pasaporte para chequear mis dichos, y me pide que me suba al patrullero.


Un tantito de desconfianza me animó a preguntarle: ¿Porqué?!

-Porque quiero evitarme un problema. Prefiero que la llevemos nosotros mismos. No es seguro para nadie caminar por esta zona-

Sorprendida, porque yo no intuía ningún nivel de riesgo, parecía un barrio sencillo y nada más. He estado en lugares tanto peores que éste no me amedrentaba en absoluto, pero agradecida tomé la oferta de mi taxi-patrullero a domicilio. Ja! Sólo a mí me pasan estas cosas..?

Ya en el hostel, relajación, lectura, acomodar fotos y… turno para el masajista chino que a pocos metros del hotel promocionaba su clínica con un cartel gigante de “BASTA DE DOLOR”. Lo leí como un aviso directo para mí y allí me dirigí y me entregué.

Ahora solo me resta la partida al aeropuerto, ya que me voy a Madagascar, una isla que solo se puede llegar por los cielos, ya que sorprendentemente, no hay ningún barquito que salve el charco del Indico.

Allí nos vemos, Vamos!



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