Llegar en vuelo vespertino a Johanesburgo no es buen negocio. Los taxis al centro pretenden cobrarte más que el vuelo que acabas de aterrizar cruzando el mar.
Por otro lado, estaba aconteciendo algo insólito!: ¡estaba nevando!!! Sí! Como lo lees: nevando en Sudáfrica! Por primera vez en la historia! No, si no soy solo yo la loca. El cambio climático me gana!
Entre que
me lo contaban y me empezaba a congelar, ¡solo pasó un segundo! Claro, yo venía
de vestidito veraniego de la cálida isla de los baobabs. Así que razón más que
suficiente para correr a los baños, abrir la valija y revisar que modelito de
atuendo podía sumar a mi magra colección invernal. Me puse los únicos
pantalones que llevo, y 3 remeras una encima de la otra, a modo de pullover, mi
camperita rompevientos y mi salvadora mantita de Ethiopian Airlines (autosouvenier del primer viaje a estas tierras)
La vida
nómade incluye también un buen rincón oscurito y silencioso en los aeropuertos y
los sillones acolchados de las cadenas de restaurants -cuando cierran después
de las 22 hs.- son un buen refugio. Gracias Diosito por el magnífico sueño que
me concedes cada noche! Sea donde sea!
Eso sí! A
las 5.00 am. te prenden todas las luces de golpe y empiezan los anuncios por
megafonía que cuides tus pertenencias, etc..etc.. Johanesburgo, y luego me dí
cuenta que en todo Sudáfrica, es el país del miedo. Antes de decirte “Good
morning”, ya te están advirtiendo que tengas cuidado, que no salgas a la calle
sola, que no uses en celular fuera de tu casa, que no subas al transporte
público, que no hables con extraños, etc. etc…
¿Pero a
quien se creen que le están hablando? Justo a mí!?
Nací sin el
chip del miedo, ando sola por decisión propia y por fuerza mayor acumulada,
vivo revisando el Googlemap para ayudar a mi GPS mental personal, amo viajar
con la gente común, en sus colectivos bachatas y hablo y/o sonrio con todos! De
hecho, todos me ayudan a llegar donde me propongo. Así que caso omiso a las
recomendaciones. A las 5.30, ya lavadita y desayunada, rumbo a la terminal de ómnibus, obvio en un transporte público local con dos combinaciones. A esa hora no
creo que hubiera muchos malhechores y/o violadores despiertos, así que tranqui…
para chorros ya experimenté con los taxistas.
En 45´ya
estaba en la debida terminal y conseguí boleto para el siguiente micro que
salía con destino a Durban, ciudad más bien grandecita, en la costa sur, de
nuevo a ver el mar y comenzar a bajar por la pancita más austral de este
continente.
Me dispuse
en la ventanilla de turno a contemplar el nuevo paisaje durante las ocho horas
que duraría el trayecto -les adelanto que resultaron catorce!-. Una super mega
autopista nos fue sacando de Johanesburgo e infinitos alrededores. El pavimento
perfecto, tres carriles de cada mano, con las respectivas rayas blancas o
amarillas, simples, dobles, o espaciadas, con carteles señaladores de rutas,
curvas, máximas y mínimas, con puentes con guardaraids, con cruces en
desniveles con rulos de ascenso y descenso a rutas secundarias, una maravilla!
De repente ¡fue como entrar en el primer mundo! Se acabaron las chozas, las
barriadas de chapas, los barros, los mendigos, las cabras…
Todo mutó
por unos campos ondulados de ganadería al por mayor y de vacas gordas! Verde y
dorada agricultura extensiva con sistemas de riego aéreo, galpones premoldeados,
molinos eólicos, publicidad en la ruta, kilómetros y kilómetros de alambradas y
tranqueras modelito rancho americano. Los baobabs se transformaron en
eucaliptus forestados en fila india dispuestos para la industria papelera y los
pinos sentenciados para la maderera. Las palmeras, más propias de Miami Beach
que de los montes subsaharianos, se alineaban sin pudor en las entradas de los inmensos shopings de turno.
Tanto cambió, que hasta se veían praderas con restos de nieve, cual campos texanos!
De hecho el
bus paró a las dos horas en el parking de un super mega mall, con su
correspondiente estación de servicio techada, modernosa, limpia y con
sanitarios (basta de yuyos! Ja!), con cafetería 24 horas, con Mc. Donald
adosado, JFK al lado, Pizza Hut, y cuanto copy paste de las cadenas yankees
quieras, incluido Farmacity, Assurance no se cuanto, y etcs. varios. De repente
ya no sabía si estaba en Yankilandia o en Sudáfrica. El contraste con lo que
venía viviendo y viendo fue bestial. Fin de la película “Africa Mía” con
sabanas desérticas, sol abrumador, animales sueltos, vegetación salvaje, gente
originaria de color, con bebes siempre a la espalda, bultos sobre la cabeza, y
varitas dirigiendo las mulas. Fin de la tierra roja, la música de tambores, las
sonrisas blancas, las manos negras extendidas y la danza pronta.
La gente en
los micros de línea no habla, andan con auriculares mirando sus celulares. Bajan
y compran hamburguesas, ya no hay vendedores asaltando las ventanillas por
fuera con manojos de bananas, maíz hervido, o bolsitas de maní. La gente de los
micros usa jean y remeras, ya no más vestidos coloridos y pañuelos en la
cabeza. Los muchachos usan gorras con visera de las marcas y equipos deportivos
extranjeros. Phil Collins y Eric Clampton repetían sus gastadas melodías en los
parlantes moderados del prolijo transporte, a cambio de los gospells habituales
en Zambia y otros países.
Grandes
concesionarias de BMW, Ford, Toyota o Land Rovers, anunciaban las entradas de
los civilizados pueblos que atravesábamos. Calles con semáforos y cordón de
vereda! Supermercados de carritos y carteles luminosos con propagandas de Colgate
o Dove. Pero ¿adónde estaba?. ¿Esto también es África? Por lo visto… aquí los
“conquistadores” pisaron más que fuerte.
Llegamos a
Durban con 6 horas de atraso, esto sí! Es muy África! Nunca lo programado!
Ergo ya de
noche, de nuevo pelear con los taxistas aprovechadores. Pero no era momento
para discusiones, sólo quería llegar a una ducha y a una cama. Tenía elegido un
hotelcito en “primera línea de playa” según el Booking. Viendo que el coche se
dirigía en sentido contrario al mar, le cuestiono su error y el chofer me
afirma que vamos en la dirección que marca el GPS.
Lo dejo
avanzar confiando, ya que obviamente yo no conocía la ciudad. Mi GPS y mi
olfato nunca fallan… Viendo que nos alejábamos del centro, vuelvo a señalarle
el error. Se detiene en una bocacalle y me dice que esa es la dirección, pero
que era mejor no llevarme allí porque era mala zona, peligrosa, solo “para
negros”. Que si seguíamos me tendría que cobrar el doble!
Decidí
creerle, agradecerle el aviso y elegir otro hotel más próximo, todo con la
mínima lucecita de adentro del vehículo prendido. No podía enganchar señal para
abrir el Booking. Pasaban los minutos y no avanzaba la ruedita ni mi decisión.
El chofer la tomó por mí: me devolvió al punto de inicio en la terminal de
buses protestando porque no me podía cobrar nada. Entre asustada, cansada y
malhumorada, lo intenté en la oficina de la empresa que aún estaba abierta. El
empleado, un amor de angelito, llamó al primer hotel seleccionado, corroboró la
dirección correcta, ratificó mi reserva y les anunció que yo estaba al llegar,
y me consiguió un Uber a la mitad de precio y al doble de seguridad y
confianza. En pocos minutos llegué a mi habitación- refugio. La única contra?
Que ni por asomo esta cerca de la playa! En fin, por hoy es lo de menos. Ahora
a dormir…
Mañana
siguiente en Durban, decido bajar al centro -en otro taxi- ya con mis maletas
dispuesta a encontrar un hotel sobre la playa. Pero primero, para aprovechar la
radiante mañana de sol, visitaría el Jardín Botánico que mucho prometía en las
guías turísticas.
Y no se equivocaron! La joven de la recepción me recibió la valija y el bolso bajo su escritorio. Un simpático puesto de café me otorgó el desayuno con un exquisito scon. Un carrito eléctrico a modo del de “La Isla de la Fantasía” me tentó a hacer la visita guiada: el árbol de los 7 colores, el soltero más codiciado, el árbol caminador, la flor más bella del mundo, el jardín de los sentidos, las hojas que duermen, y otras promesas que despertaron mi curiosidad.
Pasé una mañana hermosa entre verdes, laguna, pájaros, rayos de sol y gente entusiasta por los senderos. Todo muy super cuidado, señalizado y con un parque de mariposas y un sector destinado al cultivo de orquídeas exóticas. Una maravilla! Especial para olvidar los nervios de la noche anterior. Tanto que hasta me compré la fundita para mi nueva cámara, en la tienda de souveniers.
Mi parte
racional me invitaba a retirarme prudentemente para ir a buscar alojamiento
antes de que sea más tarde. Fui para el lado de la larga playa. El viento hacía
imposible asomarse, y la muchedumbre de escolares y adultos en general, eran
barricadas humanas. No sabía que había llegado a esa ciudad, casualmente un
feriado que los jóvenes celebraban justamente ahí en las playas. Todos los
hoteles, de cuarto pelo a 5 estrellas, todo fully full booked! Ni una
plaza! Con la frente marchita debí
llamar a mi hotelcito de la noche anterior a ver si todavía disponía de mi
lugar y llamar a otro taxi antes del oscurecer. En el mientras tanto, miraba
los altos edificios, las grandes tiendas, los estacionamientos, los
restaurants, nada de nada de eso me apetecía ni movía mi atención. Es más,
tenía a plena seguridad que al día siguiente huiría en dirección a la costa en
búsqueda de algún pequeño pueblito tranquilo.
Ilusa de
mí! La panza de Sudáfrica, al igual que la de España, Francia, Italia o Grecia
están saturadas de villas de turismo que han perdido todo encanto y toda paz.
Veremos,
veremos si logro un Milagro.
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