martes, 24 de septiembre de 2024

Más Sudáfrica II

Llegar en vuelo vespertino a Johanesburgo no es buen negocio. Los taxis al centro pretenden cobrarte más que el vuelo que acabas de aterrizar cruzando el mar.

Por otro lado, estaba aconteciendo algo insólito!: ¡estaba nevando!!!   Sí! Como lo lees: nevando en Sudáfrica! Por primera vez en la historia! No, si no soy solo yo la loca. El cambio climático me gana!

Entre que me lo contaban y me empezaba a congelar, ¡solo pasó un segundo! Claro, yo venía de vestidito veraniego de la cálida isla de los baobabs. Así que razón más que suficiente para correr a los baños, abrir la valija y revisar que modelito de atuendo podía sumar a mi magra colección invernal. Me puse los únicos pantalones que llevo, y 3 remeras una encima de la otra, a modo de pullover, mi camperita rompevientos y mi salvadora mantita de Ethiopian Airlines (autosouvenier del primer viaje a estas tierras)

La vida nómade incluye también un buen rincón oscurito y silencioso en los aeropuertos y los sillones acolchados de las cadenas de restaurants -cuando cierran después de las 22 hs.- son un buen refugio. Gracias Diosito por el magnífico sueño que me concedes cada noche! Sea donde sea!

Eso sí! A las 5.00 am. te prenden todas las luces de golpe y empiezan los anuncios por megafonía que cuides tus pertenencias, etc..etc.. Johanesburgo, y luego me dí cuenta que en todo Sudáfrica, es el país del miedo. Antes de decirte “Good morning”, ya te están advirtiendo que tengas cuidado, que no salgas a la calle sola, que no uses en celular fuera de tu casa, que no subas al transporte público, que no hables con extraños, etc. etc…

¿Pero a quien se creen que le están hablando? Justo a mí!?

Nací sin el chip del miedo, ando sola por decisión propia y por fuerza mayor acumulada, vivo revisando el Googlemap para ayudar a mi GPS mental personal, amo viajar con la gente común, en sus colectivos bachatas y hablo y/o sonrio con todos! De hecho, todos me ayudan a llegar donde me propongo. Así que caso omiso a las recomendaciones. A las 5.30, ya lavadita y desayunada, rumbo a la terminal de ómnibus, obvio en un transporte público local con dos combinaciones. A esa hora no creo que hubiera muchos malhechores y/o violadores despiertos, así que tranqui… para chorros ya experimenté con los taxistas.

En 45´ya estaba en la debida terminal y conseguí boleto para el siguiente micro que salía con destino a Durban, ciudad más bien grandecita, en la costa sur, de nuevo a ver el mar y comenzar a bajar por la pancita más austral de este continente.

Me dispuse en la ventanilla de turno a contemplar el nuevo paisaje durante las ocho horas que duraría el trayecto -les adelanto que resultaron catorce!-. Una super mega autopista nos fue sacando de Johanesburgo e infinitos alrededores. El pavimento perfecto, tres carriles de cada mano, con las respectivas rayas blancas o amarillas, simples, dobles, o espaciadas, con carteles señaladores de rutas, curvas, máximas y mínimas, con puentes con guardaraids, con cruces en desniveles con rulos de ascenso y descenso a rutas secundarias, una maravilla! De repente ¡fue como entrar en el primer mundo! Se acabaron las chozas, las barriadas de chapas, los barros, los mendigos, las cabras…

Todo mutó por unos campos ondulados de ganadería al por mayor y de vacas gordas! Verde y dorada agricultura extensiva con sistemas de riego aéreo, galpones premoldeados, molinos eólicos, publicidad en la ruta, kilómetros y kilómetros de alambradas y tranqueras modelito rancho americano. Los baobabs se transformaron en eucaliptus forestados en fila india dispuestos para la industria papelera y los pinos sentenciados para la maderera. Las palmeras, más propias de Miami Beach que de los montes subsaharianos, se alineaban sin pudor en las entradas de los inmensos shopings de turno.

Tanto cambió, que hasta se veían praderas con restos de nieve, cual campos texanos!

De hecho el bus paró a las dos horas en el parking de un super mega mall, con su correspondiente estación de servicio techada, modernosa, limpia y con sanitarios (basta de yuyos! Ja!), con cafetería 24 horas, con Mc. Donald adosado, JFK al lado, Pizza Hut, y cuanto copy paste de las cadenas yankees quieras, incluido Farmacity, Assurance no se cuanto, y etcs. varios. De repente ya no sabía si estaba en Yankilandia o en Sudáfrica. El contraste con lo que venía viviendo y viendo fue bestial. Fin de la película “Africa Mía” con sabanas desérticas, sol abrumador, animales sueltos, vegetación salvaje, gente originaria de color, con bebes siempre a la espalda, bultos sobre la cabeza, y varitas dirigiendo las mulas. Fin de la tierra roja, la música de tambores, las sonrisas blancas, las manos negras extendidas y la danza pronta.

La gente en los micros de línea no habla, andan con auriculares mirando sus celulares. Bajan y compran hamburguesas, ya no hay vendedores asaltando las ventanillas por fuera con manojos de bananas, maíz hervido, o bolsitas de maní. La gente de los micros usa jean y remeras, ya no más vestidos coloridos y pañuelos en la cabeza. Los muchachos usan gorras con visera de las marcas y equipos deportivos extranjeros. Phil Collins y Eric Clampton repetían sus gastadas melodías en los parlantes moderados del prolijo transporte, a cambio de los gospells habituales en Zambia y otros países.

Grandes concesionarias de BMW, Ford, Toyota o Land Rovers, anunciaban las entradas de los civilizados pueblos que atravesábamos. Calles con semáforos y cordón de vereda! Supermercados de carritos y carteles luminosos con propagandas de Colgate o Dove. Pero ¿adónde estaba?. ¿Esto también es África? Por lo visto… aquí los “conquistadores” pisaron más que fuerte.

Llegamos a Durban con 6 horas de atraso, esto sí! Es muy África! Nunca lo programado!

Ergo ya de noche, de nuevo pelear con los taxistas aprovechadores. Pero no era momento para discusiones, sólo quería llegar a una ducha y a una cama. Tenía elegido un hotelcito en “primera línea de playa” según el Booking. Viendo que el coche se dirigía en sentido contrario al mar, le cuestiono su error y el chofer me afirma que vamos en la dirección que marca el GPS.

Lo dejo avanzar confiando, ya que obviamente yo no conocía la ciudad. Mi GPS y mi olfato nunca fallan… Viendo que nos alejábamos del centro, vuelvo a señalarle el error. Se detiene en una bocacalle y me dice que esa es la dirección, pero que era mejor no llevarme allí porque era mala zona, peligrosa, solo “para negros”. Que si seguíamos me tendría que cobrar el doble!

Decidí creerle, agradecerle el aviso y elegir otro hotel más próximo, todo con la mínima lucecita de adentro del vehículo prendido. No podía enganchar señal para abrir el Booking. Pasaban los minutos y no avanzaba la ruedita ni mi decisión. El chofer la tomó por mí: me devolvió al punto de inicio en la terminal de buses protestando porque no me podía cobrar nada. Entre asustada, cansada y malhumorada, lo intenté en la oficina de la empresa que aún estaba abierta. El empleado, un amor de angelito, llamó al primer hotel seleccionado, corroboró la dirección correcta, ratificó mi reserva y les anunció que yo estaba al llegar, y me consiguió un Uber a la mitad de precio y al doble de seguridad y confianza. En pocos minutos llegué a mi habitación- refugio. La única contra? Que ni por asomo esta cerca de la playa! En fin, por hoy es lo de menos. Ahora a dormir…

 

Mañana siguiente en Durban, decido bajar al centro -en otro taxi- ya con mis maletas dispuesta a encontrar un hotel sobre la playa. Pero primero, para aprovechar la radiante mañana de sol, visitaría el Jardín Botánico que mucho prometía en las guías turísticas.

Y no se equivocaron! La joven de la recepción me recibió la valija y el bolso bajo su escritorio. Un simpático puesto de café me otorgó el desayuno con un exquisito scon. Un carrito eléctrico a modo del de “La Isla de la Fantasía” me tentó a hacer la visita guiada: el árbol de los 7 colores, el soltero más codiciado, el árbol caminador, la flor más bella del mundo, el jardín de los sentidos, las hojas que duermen, y otras promesas que despertaron mi curiosidad.










































































Pasé una mañana hermosa entre verdes, laguna, pájaros, rayos de sol y gente entusiasta por los senderos. Todo muy super cuidado, señalizado y con un parque de mariposas y un sector destinado al cultivo de orquídeas exóticas. Una maravilla! Especial para olvidar los nervios de la noche anterior. Tanto que hasta me compré la fundita para mi nueva cámara, en la tienda de souveniers.

Mi parte racional me invitaba a retirarme prudentemente para ir a buscar alojamiento antes de que sea más tarde. Fui para el lado de la larga playa. El viento hacía imposible asomarse, y la muchedumbre de escolares y adultos en general, eran barricadas humanas. No sabía que había llegado a esa ciudad, casualmente un feriado que los jóvenes celebraban justamente ahí en las playas. Todos los hoteles, de cuarto pelo a 5 estrellas, todo fully full booked! Ni una plaza!  Con la frente marchita debí llamar a mi hotelcito de la noche anterior a ver si todavía disponía de mi lugar y llamar a otro taxi antes del oscurecer. En el mientras tanto, miraba los altos edificios, las grandes tiendas, los estacionamientos, los restaurants, nada de nada de eso me apetecía ni movía mi atención. Es más, tenía a plena seguridad que al día siguiente huiría en dirección a la costa en búsqueda de algún pequeño pueblito tranquilo.

Ilusa de mí! La panza de Sudáfrica, al igual que la de España, Francia, Italia o Grecia están saturadas de villas de turismo que han perdido todo encanto y toda paz.



Veremos, veremos si logro un Milagro.



 

 

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