Como de todas las cosas buenas, cuesta despedirse. Viajar es un constante aprender a “desapegarse”, a dejarlo todo atrás…
No importa cuan bonito sea el alojamiento de turno, ni cuan cómodo el colchón o la almohada de esa noche, la limpieza del aseo, ni la comida, ni el paisaje, ni el clima, ni el cansancio, ni los nuevos amigos.. Nada te debe atar. Hay un motorcito de curiosidad infinita que te impulsa a seguir, a poner el dedo en el siguiente punto del mapa, a averiguar las actividades por hacer en esa zona, su historia, sus lugares a visitar…
Plettemberg cotizada como una playa de lujo, con embarcaciones en su puerto top, muchos restaurants, lodges, tiendas de ropa exclusiva y otras menudencias que le gustan a la mayoría de los turistas.
Pero para mí el dato preciso fue que a menos de 20 kms. de
la ciudad, existía un orfanato de elefantes! Y que necesitaban voluntarios!
Allá vamos!
Preparé mis bártulos, pernocté en un sencillo hostel y a la
mañana siguiente -desayuno de baguette y roquefort mediante- conocí un
simpático francesito que se ofreció a llevarme. Sólo debía esperar hasta el
mediodía, ya que él ya tenía contratada una excursión para nadar con focas.
Cómo verán, acá te venden hasta las estrellas de mar! En serio! Hay un museo enorme
de ellas y sus primas conchillas de todo el mundo!
Lo cierto es que él disfrutó su actividad mientras yo
recorría el centro, banco y recarga de datos en el celu, compra de futuro
picnic al paso y vuelta a la playa.
Tras un petit café me llevó en su autito alquilado a la Reserva
de Elefantes, bajo un sol y un calor como hacía días no sentía. Nos despedimos
con gratitud mutua y cada cual a su ruta…
Lamentablemente la oficina de voluntarios no abriría hasta
el lunes (hoy es sábado). Así que decidí aprovechar a hacer la visita guiada
que “justo” empezaba en ese momento.
Dejé mi valija y bolso bajo el escritorio de la recepción,
recibí la canasta con los vegetales con los que alimentaríamos a los gordos animalitos
y me dispuse al video introductorio..
Luego nos llevaron en un trencito (bahh…camión con rueditas,
pero para darle un tinte más salvaje!) al área de elefantes. Habría unos diez
no más… pero absolutamente “domesticados”, Tanto que cuando ven acercarse el transporte,
y saben de las canastas, ellos solitos se acomodan tras una baranda listos para
recibir su sabroso manjar frutal.
Nos explican que mantengamos el pote en nuestras espaldas, y que de a uno le fuéramos dando los trozos de zapallo, manzanas, remolachas, zanahorias y otras hortalizas debidamente cortadas y lavadas, muy gourmet para mi gusto.
En diez minutos dieron por
finalizado “el copetín” y nos permitieron ir acercándonos de uno en uno a fotografiarnos junto a las arrugadas y
embarradas criaturas, tan mansas como perritos falderos.
No era esto lo que yo me esperaba, hubiera querido tocarlos, bañarlos, caminar junto a alguno, hacer preguntas con respecto a su cuidado, sus historias, sus porques estaban allí, su forma de vida, su salud, alguna cría, crianza, etc… Pero nada de esto comprendía “la visita”. Ni siquiera me pudieron contestar porque a uno de ellos le faltaba un cuerno…
En fin, en 20´ se terminó el show y
nos regresaron a la base, donde obviamente la salida era a través de la tienda
de souveniers y la cafetería-restaurant.
Me sentí estafada! Lejos de ser una
reserva proteccionista, era un vulgar zoo de pobres víctimas cautivas. Había mordido el anzuelo “for turists”! Qué mal! Ni loca me enrolo el lunes como voluntaria,
encima pretenden usar mano de obra gratis para limpiar los galpones de caca?
¿Adonde denunciar estos “malentendidos”?
en un país donde todo es copy-paste para fomentar el turismo de masas -aunque
para los argentinos resulte el fin del mundo, para los europeos es destino top
exclusivo y barato y con calorcito- y donde hay cotos de caza autorizados linderos con
supuestos parques naturales. En fin…
Me quedo con el ratito que pude
estar bien cerquita de dos viejitos.Y del sol!
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