Otra de las playas renombradas, y aconsejadas para visita impostergable, era Wilderness.
Su nombre
alude a otras épocas cuando la civilización global no la había alcanzado, y era
cuna de afortunados terratenientes “rubios”, que explotaban sus riquezas
mineras, forestales, marítimas, y cuanto oro anduviera por ahí “sin dueño”.
Hoy es un
simpático pueblito con su banco, su galería de arte, su supermercado, su feria
artesanal, su estación de servicio, su sala de primeros auxilios, su biblioteca
vecinal, su campo de golf, sus embarcaderos, unos cuantos B and B, Lodges, 5 Star
Hotel, bares, restaurants, casas de fin de semana, y por suerte un hostel divino
sobre la playa!
En realidad
del Mar Índico, porque mañana sigo para Cape Town, donde las aguas de cabo más
austral del continente africano, corresponden al mar Atlántico. O sea, será mi
punto de inflexión para comenzar a subir hacia el Norte, por el oeste!
Pero
volvamos a Wilderness.
Me acomodé
en la blanca habitación compartida, con un regio ventanal a una terraza balcón,
directamente sobre las arenas y las olas, donde disfruté de la salida del sol
desde el primer momento del día, a la noche estrellada con luna creciente sobre
el mar, un espectáculo regalo de la Naturaleza!
En ese
momento aparecen de adentro de esa entraña ovalada y negra, dos señores un
tanto desaliñados, tan oscuros como el mismo túnel, y con miradas tan
asombradas y desconfiadas como la mía. Para romper el hielo, poner distancia, y
simular que no estaba asustada, les dirigí una sonrisa con un perfecto: ”Good
morning!...” Creo que los despisté y
siguieron su camino.
Yo me quedé
entre los yuyos aledaños sin atreverme a meterme en esa profundidad. En eso,
aparece otro señor, del lado contrario, o sea en el sentido en que yo debía
avanzar, pero éste olía a recién bañado, camisa escocesa limpia y jeans en buen
estado. Extrañado de verme allí, se ofreció a acompañarme y juntos atravesamos
la húmeda dimensión hasta que se hizo la luz del otro lado.
Justamente
allí se abría la famosa cavidad en la roca. Enorme! Aunque con unas tapias que
la subdividían en forma de mini casillas. El buen señor me explicó que allí vivían
una pseudo comunidad de hippies, pordioseros, prostitutas, drogadictos , y algunos
“que habían perdido todo en la vida”.
Un
harapiento cartel en tizas de colores anunciaba la entrada por 25 Ram (algo así
como 1,5 dólar), al parecer a modo de visita guiada, usufructo del primer
linyera que tomó posesión del gran hueco.
No me
pareció ni necesario entrar a husmear, y mucho menos a sostenerles el vicio,
por lo que le agradecí a mi angelito de turno y emprendí la retirada.
Volví
salteando durmientes, volví a saludar a los dos indigentes que ya volvían a sus
pagos, y apuré los saltitos para regresar a mi bonito hostel y un buen café de
media mañana.
Ya
recompuesta, armé mis sandwichitos de picnic y partí hacia “la cascada”. Lo que
nadie me avisó era que eran 10 kms. hasta la entrada del sendero del bosque y
luego 8 más hasta llegar al gran salto de agua. Y por supuesto los mismos 10
iniciales, había que caminarlos de regreso.
El día
luminoso me animó los pasos, y la idea de una nadada en los piletones que el
agua armaba bajo el gran chorro, me estimulaban a llegar.
El atravesar
un bosque nativo, con un río primoroso corriendo en su ladera, subir y bajar
colinas, escalones en las piedras o caminitos de deck con barandas prolijitas,
era todo una delicia, al compas sonoro de pájaros diversos.
Tras casi tres horas de paso ininterrumpido, llegué al edén prometido. Y no me defraudó!
Una sencilla
aunque poderosa caída de unos 15 metros, tronaba el aire entre rocas lisas y
árboles colgados a su vera. Un halcón la revoloteaba por entre las nubes,
mientras unos niños la disfrutaban saltando en sus hoyas.
Me quedé
fascinada en una pendiente, sol en el rostro, sandwich en mano y gratitud en el
cuore! Recobré la respiración y recosté mi cuerpo agotado sobre las piedras
tibias. Y gocé!
Dormité un
rato, aunque conciente del tiempo a emplear en la vuelta, decidí retomar la
marcha por un sendero paralelo.
Por allí me
crucé con unos monos no tan amigables, con un ciervo y su cervatillo, con unas
flores preciosas y con aparcadero de canoas que me incitaban a bajar por las
frescas aguas remando. Lástima que no nací chorra, y sus dueños no estaban como
para pedirles el aventón. Me quedé con las ganas…ja!
Unos cuantos
metros más adelante, el camino se daba por terminado y una balsa con cuerda,
aguardaba en la orilla para cruzar al otro lado del río. Po unos escuetos
minutos, me sentí una heroína de película de Tarzán, ja!
Completé el
circuito de los 8 kms. y arrivé a la ruta. En eso pasaba un autito y se me
saltó el brazo en automático, como en mis mejores épocas de dedoadicta. El auto
frenó de inmediato, y sin preguntarme nada, ni falta hacía porque esa ruta solo
te devolvía al centro del pueblito, me adelantó los últimos 10 kms. que me
faltaban. Le sumé alegría a la que ya tenía acumiulada del día, y pasé por el
almacén a surtirme de una gratificante cervecita.
En el
mientras tanto me debatía en si pasar otra noche en el hostel, o aprovechar a viajar
de noche a Cape Town, distante 550 kms., para ganarle un día. Decidí por esto
último.
Ya en
hostel organicé la compra del pasaje, el taxi que me llevaría a la parada a
medianoche, me hice una apetitosa cena, me puse al día con los mensajitos en el
celu, y con el dedo recorriendo líneas sobre un mapa de papel, empezando a
intuir nuevos rumbos…
Quizás se
los cuente mañana, hoy ya debo cerrar la valija. Chau! Ja!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Si querés, dejame aquí tu mensaje o compartime tu Milagro...