miércoles, 9 de octubre de 2024

Wildernes

Otra de las playas renombradas, y aconsejadas para visita impostergable, era Wilderness.

Su nombre alude a otras épocas cuando la civilización global no la había alcanzado, y era cuna de afortunados terratenientes “rubios”, que explotaban sus riquezas mineras, forestales, marítimas, y cuanto oro anduviera por ahí “sin dueño”.


Hoy es un simpático pueblito con su banco, su galería de arte, su supermercado, su feria artesanal, su estación de servicio, su sala de primeros auxilios, su biblioteca vecinal, su campo de golf, sus embarcaderos, unos cuantos B and B, Lodges, 5 Star Hotel, bares, restaurants, casas de fin de semana, y por suerte un hostel divino sobre la playa!


Obvio, allí me alojé a contemplar y despedirme del mar.

En realidad del Mar Índico, porque mañana sigo para Cape Town, donde las aguas de cabo más austral del continente africano, corresponden al mar Atlántico. O sea, será mi punto de inflexión para comenzar a subir hacia el Norte, por el oeste!

Pero volvamos a Wilderness.

Me acomodé en la blanca habitación compartida, con un regio ventanal a una terraza balcón, directamente sobre las arenas y las olas, donde disfruté de la salida del sol desde el primer momento del día, a la noche estrellada con luna creciente sobre el mar, un espectáculo regalo de la Naturaleza!

Me aconsejaron visitar una cueva que se hallaba siguiendo las vías muertas del tren en desuso. Me encantó el jueguito de ir haciendo coincidir los pasos con los durmientes, entre los yuyos aromatizados del rocío temprano . Llegué a la boca de un túnel cuya oscuridad me intimidó y me hizo dudar de seguir avanzando. Últimamente estoy muy prudente, ja!

En ese momento aparecen de adentro de esa entraña ovalada y negra, dos señores un tanto desaliñados, tan oscuros como el mismo túnel, y con miradas tan asombradas y desconfiadas como la mía. Para romper el hielo, poner distancia, y simular que no estaba asustada, les dirigí una sonrisa con un perfecto: ”Good morning!...”  Creo que los despisté y siguieron su camino.

Yo me quedé entre los yuyos aledaños sin atreverme a meterme en esa profundidad. En eso, aparece otro señor, del lado contrario, o sea en el sentido en que yo debía avanzar, pero éste olía a recién bañado, camisa escocesa limpia y jeans en buen estado. Extrañado de verme allí, se ofreció a acompañarme y juntos atravesamos la húmeda dimensión hasta que se hizo la luz del otro lado.

Justamente allí se abría la famosa cavidad en la roca. Enorme! Aunque con unas tapias que la subdividían en forma de mini casillas. El buen señor me explicó que allí vivían una pseudo comunidad de hippies, pordioseros, prostitutas, drogadictos , y algunos “que habían perdido todo en la vida”.

Un harapiento cartel en tizas de colores anunciaba la entrada por 25 Ram (algo así como 1,5 dólar), al parecer a modo de visita guiada, usufructo del primer linyera que tomó posesión del gran hueco.

No me pareció ni necesario entrar a husmear, y mucho menos a sostenerles el vicio, por lo que le agradecí a mi angelito de turno y emprendí la retirada.

Volví salteando durmientes, volví a saludar a los dos indigentes que ya volvían a sus pagos, y apuré los saltitos para regresar a mi bonito hostel y un buen café de media mañana.

Ya recompuesta, armé mis sandwichitos de picnic y partí hacia “la cascada”. Lo que nadie me avisó era que eran 10 kms. hasta la entrada del sendero del bosque y luego 8 más hasta llegar al gran salto de agua. Y por supuesto los mismos 10 iniciales, había que caminarlos de regreso.

El día luminoso me animó los pasos, y la idea de una nadada en los piletones que el agua armaba bajo el gran chorro, me estimulaban a llegar.

El atravesar un bosque nativo, con un río primoroso corriendo en su ladera, subir y bajar colinas, escalones en las piedras o caminitos de deck con barandas prolijitas, era todo una delicia, al compas sonoro de pájaros diversos.

















Tras casi tres horas de paso ininterrumpido, llegué al edén prometido. Y no me defraudó!

Una sencilla aunque poderosa caída de unos 15 metros, tronaba el aire entre rocas lisas y árboles colgados a su vera. Un halcón la revoloteaba por entre las nubes, mientras unos niños la disfrutaban saltando en sus hoyas.

Me quedé fascinada en una pendiente, sol en el rostro, sandwich en mano y gratitud en el cuore! Recobré la respiración y recosté mi cuerpo agotado sobre las piedras tibias. Y gocé!






Dormité un rato, aunque conciente del tiempo a emplear en la vuelta, decidí retomar la marcha por un sendero paralelo.

Por allí me crucé con unos monos no tan amigables, con un ciervo y su cervatillo, con unas flores preciosas y con aparcadero de canoas que me incitaban a bajar por las frescas aguas remando. Lástima que no nací chorra, y sus dueños no estaban como para pedirles el aventón. Me quedé con las ganas…ja!

Unos cuantos metros más adelante, el camino se daba por terminado y una balsa con cuerda, aguardaba en la orilla para cruzar al otro lado del río. Po unos escuetos minutos, me sentí una heroína de película de Tarzán, ja!




Completé el circuito de los 8 kms. y arrivé a la ruta. En eso pasaba un autito y se me saltó el brazo en automático, como en mis mejores épocas de dedoadicta. El auto frenó de inmediato, y sin preguntarme nada, ni falta hacía porque esa ruta solo te devolvía al centro del pueblito, me adelantó los últimos 10 kms. que me faltaban. Le sumé alegría a la que ya tenía acumiulada del día, y pasé por el almacén a surtirme de una gratificante cervecita.

En el mientras tanto me debatía en si pasar otra noche en el hostel, o aprovechar a viajar de noche a Cape Town, distante 550 kms., para ganarle un día. Decidí por esto último.

Ya en hostel organicé la compra del pasaje, el taxi que me llevaría a la parada a medianoche, me hice una apetitosa cena, me puse al día con los mensajitos en el celu, y con el dedo recorriendo líneas sobre un mapa de papel, empezando a intuir nuevos rumbos…

Quizás se los cuente mañana, hoy ya debo cerrar la valija. Chau! Ja!

 

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