En Albany supuestamente me esperaba otra anfitriona de couchsurfing. Por esas cosas de internet, su dirección me llegó tarde. Todo es como debe ser…, me consolé y viendo que la ciudad no me resultaba en nada interesante, decidí tomar el micro que “justo” salía para Perth en breves minutos. Los chicos me despidieron con pañuelos blancos en alza y lágrimas en los ojos, cual barco que zarpa a otro continente.
El sol caía en los campos brillantes de alfalfa rosada por la luz menguante. Vaquitas por allá, corderos por aquí, caballos tras las cercas, embalses de agua para todos ellos y una feliz calma de mi propio reencuentro conmigo misma en el silencio agradecido de recobrar mi propia individualidad.
Durante el viaje vespertino de cinco horas, averigüé gracias al Google, las posibilidades de rutas hacia el desierto. Lo más lógico era tomar un vuelo desde el mismísimo aeropuerto, adonde llegaría el bus en el que andaba, hacia Alice Spring. Vuelo directo de tres horas a un precio como del otro lado del mundo, y que no me permitiría apreciar la belleza del desierto florecido tras la temporada de lluvias, que era lo que realmente me interesaba.
Caprichosa como pocas, decidí llegar a mi manera, o sea por tierra.
Casi a medianoche arribamos a Perth. La estación de buses lindaba con la de trenes. Pero a esa hora, ambas estaban cerradas. Imposible pernoctar allí en los andenes, a pesar de que a la mañana siguiente, a las 7.00 am. debía tomar un tren a Albany, mi próximo destino.
Un simpático guarda me recomendó tomar el subte, que aún funcionaba, hasta el aeropuerto, que estaría abierto 24 hs. y seguramente encontraría un cómodo rinconcito. No me apetecía ir hasta el centro de la gran ciudad a buscar un hotel solo por unas pocas horas. Así es la vida del viajero: requiere flexibilidad, adaptabilidad, y a veces, cierta dosis de sacrificio. Pero como dice el refrán: “sarna con gusto no pica”, y yo agrego: “piso duro con esperanzas, no duele”.
Desde el aeropuerto volvería temprano para la partida del tren matutino, cosa que sucedió con la cronometría propia de un país tan civilizado.
Otras seis horas de viaje antes de llegar a la puerta misma del desierto. O a las del infierno!
Al llegar a mi destino, última ciudad del recorrido: Kalgoorlie, los pocos pasajeros que bajaron del tren, se evaporaron en el llano asfalto de una avenida vacía de árboles, personas, negocios, autos, nada! Sólo la habitaban los 45°C de humeante calor seco.
Miré para todos lados pretendiendo una respuesta de cómo seguir hacia Ayres Rock, la emblemática poblacional en el centro del país con la montaña Uluru que tanto lgoripromocionan los afiches de viajes, Tripadvisor mediante, a solo mil quinientos kilómetros de donde estaba yo parada derritiéndome en vida.
Comencé a arrastrar mi valijota con la lengua afuera como un perro y el alma a punto de risoto emplastado.
A la siguiente cuadra diviso un hotel, y como si de un oasis se tratara, acelero el paso. Adentro, aire acondicionado vivificador y la trenza de la recepcionista, me dieron la bienvenida. En menos de tres sílabas, ella se dio cuenta de mi nacionalidad y confesó la suya chilena. Pasar a hablar en español después de tantos días de ni oírlo, es un alivio digno de perder cinco kilos con una dieta saludable. María Jesús me enumeró las imposibles posibilidades que había para llegar a mi deseo. Desde allí no había ni más buses, ni más trenes, ni más rutas!!! Cómo si la tierra se acabara en los planisferios chatos de Colón.
También se acabaría el horario del único mercado para abastecerme de comida, que cerraría en media hora y por todo el fin de semana. Debía apurarme. Debería haberme provisto de un tubo de oxígeno, ya que para recorrer las cinco cuadras distantes a la carrera, casi pierdo medio pulmón. Por suerte se ofreció a cuidarme la valija y la mochila. Aliviada del peso, aproveché a dar una pequeña vuelta por el pueblo desértico. Nada por aquí, nada por allá.. solo edificaciones antiguas, muy bien conservadas. Varias lucían carteles de Hoteles, muchos! para una ciudad deshabitada… Me llamó mucho la atención.
Debía buscar uno económico para alojarme hasta decidir cómo o adonde seguir…
Empecé a preguntar y todos tenían precio de Hilton, incluido en donde trabajaba Ma. Jesús.
Ella me recomendó caminar unas veinte cuadras, en las afueras… donde habría un hostel.
Llegué con veinte kilos de sudor en la frente y otros tantos en cada axila. Una matrona filipina me recibió encantada y me mostró la única habitación disponible. En el corredor había estantes llenos de botas embarradas, talle mínimo 40!
Ante mi tonta pregunta de si era pura decoración, me explicó que allí se alojaban los mineros que trabajaban en las minas de los alrededores, que pronto estarían de vuelta de sus trabajos.
Tomé la habitación, con aire acondicionado polar ártico, sin ninguna otra chance, y me recompuse en una soberana siesta.
Al rato, mi nueva “conocida chilena” me manda mensaje al celular para invitarme a un “brunch” de latinos, para el dia siguiente, domingo a las 9.
O.K. acepté gustosa con la ilusión de que alguien me pudiera orientar en mi siguiente camino.
Aproveché a estudiar los mapas y descubrí que sí había ruta! Es más, es la “Outback Golden Road”, tan famosa como la 66 de USA o nuestra 40 Patagónica. Tan inhóspita como el París- Dakar, y tan atrayente como que tiene una serie en televisión mostrando las aventuras de los megacamiones que la atraviesan.
Yo solo necesitaría un autito con chofer. Uno solo será suficiente! Si he tenido tanta suerte hasta ahora, ¿porqué no seguir convocándola?
Opciones:
Trasladarme (a dedo o bus si lo hubiera) al siguiente pueblo del desierto: Laverton, y ver si desde ahí hubiera otro bus a otro pueblo para ir adelantando pueblo a pueblo o ejercer el dedo.
Condición Negativa: No hay buses entre pueblos, estos distan 450 kms. entre cada uno y ni siquiera son pueblos, son albergues mineros.
Alquilar un auto en Kalgoolie y pretender entregarlo a 1500 kms.
Condición Negativa: No hay agencias que acepten eso.
No sé manejar con el volante a la derecha y los carriles al revés.
No tengo licencia internacional.
Una pinchadura de goma me costaría una fortuna y un disgusto enorme si no pasa nadie a ayudar.
No quiero ir sola, no es prudente y la pasé tan bien otras veces en grupo.
3. Volver a Perth en el tren del día siguiente, otras 7 horas, y tomar un avión de 10 horas a un costo imposible! Y luego hacer los últimos 450 kms. a dedo con las mismas dudas e incomodidades que hacerlo para los primeros 1100 kms.
Todo indicaba un cartel luminoso que dijera: “IMPOSIBLE!”
Algo que a mi tenacidad tentaba como una zanahoria con dulce de leche.
Lo consultaría con la almohada…. Hasta mañana angelitos. A ver si me organizan una linda aventura, por favor.
El domingo me desperté con todos los bríos. Entre los mineros de mi hostel había 2 uruguayos y 2 argentinos, muchos más franceses, una de Mongolia (Sí! También trabajan mujeres en las minas!) Y todos trabajan de lunes a lunes, más horas extras! Porque todos están juntando plata con el mismo afán que las empresas el oro de la zona. Son todos estudiantes con la visa Work and Holyday y le sacan el jugo! Reciben más de 2500 u$s semanales! Un botín que no se consigue tan fácilmente en otras latitudes, y a tan joven edad.
Charlamos un poco, me dieron ánimos contrapuestos, aunque ninguno me dio soluciones. Más bien me ofrecieron sus miedos y noticias no confirmadas: que el camino estaba cortado por inundaciones, que tenía que tener un permiso de las Mineras para transitar por sus territorios, que con 45°C es imposible sobrevivir, que las moscas, que habría muchas víboras y arañas, que los aborígenes podían matarme para robarme, que no hay estaciones de recargar combustible, que cada tanto se arman huracanes que revolean las 4 x 4 por el aire, que los arroyos se desbordan con corrientes fuertísimas que arrastran los autos, que….
En definitiva, todas habladurías! De los que jamás lo habían ni intentado.
Consulté en la Oficina de Turismo (o Centro de Visitantes, como la llaman acá) y el camino está perfectamente habilitado. Acaba de pasar la temporada de lluvias por lo que no hay inundaciones, sino la floración de muchas especies endémicas de la región, un verdadero tesoro a descubrir! Que tuviera cuidado con los aborígenes sí, pero ni más ni menos que en la misma ciudad. (La discriminación es brutal! Ya hablaré de eso más adelante).
Ya era la hora de la invitación al brunch, así que me fui a conocer a los otros latinos, y recabar más información o conseguir un potencial conductor. Al fin y al cabo, el desierto de Namibia también lo atravesé … y el de Ethiopia! ¿porqué no Australia?
La avenida principal estaba hoy toda decorada de adornos navideños y colmada de gente! Cómo si todo el pueblo se hubiera despertado de golpe. Para las 10 se esperaba el paso de “las carrozas” celebrando la Fiesta de Santa Bárbara, patrona de los mineros.
Los latinos tenían departamento con balcón sobre la avenida, así que resultó un palco de lujo! Con un desayuno fantástico de croissants, sandwichs, huevos revueltos, frutas, scons y otras exquisiteces, además del cariño recién concebido y la charla de viajeros experimentados.
A las 10 en punto, sonaron las gaitas para dar inicio a la fiesta. Ya me sonaba a mí cierta reminiscencia con el otrora desfile que presencie en Irlanda para la festividad de Saint Patrick. Solo que esa vez, eran máquinas agrícolas y guirnaldas de tréboles verdes. Luego supe que el fundador de Laverton fue un irlandés busca oro en 1849, y desde entonces, generaciones se perpetúan en el delirio de la codicia.
Las carrozas resultaron todas las maquinarias, grúas, palas, tractores, camiones petroleros, de explosivos, plumas gigantes con sus ganchos de pavura y opresión, con las familias de sus propietarios o empresarios saludando desde encima de esos monstruos cual reinas de carnaval carioca con sonrisas de políticos en temporada de elecciones. Los niños iban disfrazados y había algunos Papá Noel arrojando dulces y caramelos desde grandes alforjas.
Me extraño soberanamente que los niños del público de la vereda, no corrieran a recogerlos y llenarse los bolsillos. Es más, los que agarraban, los tiraban bajo las ruedas gigantes de las máquinas para escuchar el ruido explosivo al aplastarlos. Todo un desperdicio!
Más tarde entendí que por aquí, todos tienen las panzas más que llenas. No necesitan dádivas ni de Papá Noel. Sus papis les compran desde los monopatines eléctricos a las 4 x 4 o Ferraris descapotables. Es increíble la magnitud de las camionetas y de las casas que se ven por acá, muuuuchaaaa plata! Más precisamente: ORO!
A medida que avanzaba el desfile, se me anudaban las croissants en el estómago. La Minería es lo opuesto a la Ecología! Es el destruir y horadar la Madre Tierra con la impunidad de los poderosos e ignorantes. Ya no sabía si me quería quedar o no a presenciar su circo.
Entre los latinos había tres geólogos profesionales que hacían seis años andaban por estas tierras contratados obviamente a muy buen precio. No tuve ánimo para iniciar un debate, me limité a hablar de mi Amor a los Árboles y a los viajes. Sería inútil tratar de convencer o reflexionar, a alguien que come, y muy bien comido, de los destrozos del planeta…
Consultándoles por mi siguiente camino, todos me seguían repitiendo las imposibilidades y sus miedos. Que por ahí sólo transitan los camiones de las Mineras, que no van particulares, y mucho menos en esta época del año, que ni lo intente… que no… no….
A media tarde me retiré entre aturdida, asqueada y decidida! Lo haría igual a mi manera!
Mañana me levantaré al alba y me pararé a la salida del pueblo, a tentar a la suerte.
Y se fini!
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