lunes, 30 de diciembre de 2024

Auckland, New Zeland

El avión desde Sydney despegó con una hora de atraso. Auckland lleva dos horas de diferencia avanzadas con respecto a Sydney. O sea que al final, no tenìa la menor idea que hora era cuando aterrizamos.

Lo ùnico que pretendìa era que hubiera transporte para llegar al hostel, y si fuera antes de medianoche, mejor!

Pasè mi pasaporte portuguès por la màquina verificadora -aquì ningùn policìa aduanero te pregunta nada- que te saca la foto sin ni avisarte para que sonrìas y de ahì pasas a retirar tu valija.

En ese sector hay unos carteles enormes en todas las paredes y las columnas, en gigantes letras rojas sobre fondo amarillo, avisàndote que està prohibido entrar con carnes, frutas, verduras, huevos, quesos, miel, semillas o cualquier otro derivado de animales o plantas. Tampoco carpas, botas, elementos deportivos que hayan estado en contacto con la tierra los ùltimos treinta dìas, so pena de multas abrumadoras. “Tìrelo o declàrelo antes de pasar los controles” -rezaban con imposiciòn.

Entonces me acordè de mi humilde avocado, mi tierno tomate y mi infaltable banana, que portaba en mi bolso de mano, con las mejores intenciones de escueta cena de “fin de año” si llegaba a la ciudad tan tarde que estuviera todo cerrado…

Dudè unos instantes -no soy de tirar la comida tan fàcilmente- y menos a sabiendas que no tendrìa nada màs para elegir. Tampoco me iba arriesgar a tener que pagar u$s 1.000.- !!! y menos ponerme a discutir, o a ser deportada antes de llegar.

En esas cavilaciones estaba en la fila para pasar por la màquina que todo lo ve, y veo que el policìa de esa fila, les hace abrir todas las valijas a todos, y mira y toquetea como si le fueran a dar un premio. Ergo, tardaba un montòn con cada pasajero!

Yo ademàs pensaba en que hubiera colectivo o tren, con lo que se estaba tardando. Obvio que estarìan todos los comercios cerrados, y no estaba como para ir a una cena de lujo sola en un restaurant. No voy nunca, menos esa noche!

Lo cierto es que mi panza se resistìa a desprenderse de mis paupèrrimos alimentos vivos, aunque mi mente racional sabìa que era lo ùnico sensato que debìa hacer.

Una hilera de tachos verdes con el cartelòn de “ULTIMA OPORTUNIDAD”, se anteponìa a la màquina siniestra devoradora de valijas, mochilas, bolsos, y etcs. Varios.

En eso viene otro policìa a dividir la fila y hacerme pasar por otra. Yo estaba justo con mi mini bolsita de “alimentos frescos” a punto dudoso en mi mano, y se la muestro como diciendo: “¿Por esta pequeñez tambièn rige lo de los carteles?”

Me mirò entre sorprendido y amable, como dicièndome: “Ud. no sabe leer???”

Tenìa ganas de explic1arle que en realidad, en inglès me cuesta un tanto, o que en realidad esa era toda mi elegante cena de fin de año, porque los manìes que nos dieron en el aviòn hace màs de una hora ya se me habìan acabado, o alguna otra explic1aciòn màs metafìsica, pero optè por el ràpido lanzamiento al tacho de mi derecha.

No sè si llegò a verme, lo cierto es que me hizo pasar directamente al otro lado de la cinta, sin ni palparme. -Pase, pase!- me apurò haciendo avanzar la fila.

Ya en el bus, que estaba aguardando milagrosamente en la parada de turno, no sabìa si alegrarme de haber pasado todos los controles o dolerme por la pèrdida de mis valiosos y nutritivos alimentos. Me negarè a una bolsa de papas fritas de kiosquito? Ya veremos…

En 25 minutos estaba en la esquina precisa del hostel, eran las 11.11 pm.

Pleno centro! a dos cuadras de la famosa torre donde se reunìa la gente (onda obelisco para los porteños).

La calle era un hervidero de personas ataviadas para la ocasiòn, o de turistas, y de nacionalidades tan diversas como el mundo mismo. Veìas hombres con turbantes y largas barbas, otros con camisolas hasta los tobillos, damas con coloridos saris, o pendejas semidesnudas con shortcitos minùsculos y musculosas màs minùsculas aùn, listas para bolichear, niños de todos los colores, familias orientales con cochecitos supersònicos, ancianos con andadores y con ganas, barras de jovencitos hinduès dispuestos a la pirotecnia y a los tragos, y todos los comercios abiertos de par en par! Incluso el supermercado de la esquina del hostel!

Me hice con unos exquisitos sandwiches y una latita de mango efervescente, dejè mis cosas en la habitaciòn, y salì a recorrer las calles cèntricas al compàs de mis manjares.

Lleguè hasta las dàrsenas del puerto, a unos quinientos metros, y la cuenta regresiva comenzaba a anunciar el fin del año.

En eso una mùsica deliciosa llamò mi atenciòn. Era la melodìa de Tim Janis que usè en la recopilaciòn de las fotos en el ùltimo video de Australia. Un simpàtico violinista se esmeraba en el portal de un negocio cerrado, con su estuche abierto dispuesto a recibir monedas mientras èl desparramaba bendiciones de agradecimiento y “happy new year” a quienes nos acercàbamos.

Quedè tan embelesada que decidì sentarme en los escalones de ese atrio para acompañarlo, mientras la gente ya corrìa hacia la plaza de los fuegos artificiales.

En un momento quedamos solos, como si el tiempo se hubiera detenido, a pesar de que sonaban todos los campanarios, las sirenas, pitos, matracas, cohetes, bocinazos, petardos y esas tantas locuras tòxicas.

Èl seguìa tocando, ajeno al barullo, ahora las “Cuatro estaciones de Vivaldi”, me miraba y me sonreìa, còmo preguntàndome porquè no iba con la muchedumbre.

Le agradecì con un gesto de manos encontradas sobre mi pecho, el regalo que me estaba haciendo.

Entonces se detuvo, me abrazò, lo abracè, me diò un beso (en la mejilla, obvio!) y con su “Happy New Year!” nos sonreìmos còmplices desde el alma.

Sentì tal fascinaciòn por este pequeño gran “presente” que estaba viviendo, segura de estar recibiendo un excelente inicio de año, tan màgico como insospechado, tan calmo como vivaz, tan sereno como singular.

Yo seguìa con mis manos juntas y mi mentòn descendiendo tras ellas, conmovida, agradecida, sorprendida.

Èl retorno a su arco y a sus melodìas, con renovados brìos. La gente volviò a pasar en manadas desconcentràndose de la plaza. Muchos se detenìan a escucharlo, muchos màs le ponìan monedas y billetes en su receptàculo, todos le devolvìan el saludo de los buenos deseos, muchos màs lo filmaban con sus celulares. La vida sonreìa para todos! La calle era una Fiesta!

Seguì quedàndome sentada en los escalones, a su espaldas, disfrutando del espectàculo de ver la gente pasar, sus actitudes, sus miradas.

Seguì disfrutando del violìn interpretando un addagio barroco y unos piezas de Bach, hasta que volviò a sorprenderme con un tango argentino.

Asì se hicieron casi las dos de la madrugada. Atràs quedaba el dos mil veinticuatro y mi viaje por otros continentes. Un nuevo paìs me abrìa sus puertas de par en par…

Volvì al hostel despacio, disfrutando el aire fresco y el helado de chocolate que me comprè al paso.

Tenìa tantas emociones acumuladas, y tantos mensajitos que contestar y mandar, que necesitarìa otra hora màs antes de entrar en mis dulces sueños…

Por un 2025 Feliz, suave y pacìfico, como hoy! Aquì y ahora...



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