Lo que sigue es una sucesiòn de àngeles y milagros.
Es el relato de mil ochocientos kilòmetros, en tres dìas, con gente maravillosa y coincidencias sobrenaturales.
Es el desafìo que me encanta jugar para demostrar que hay muchìsima màs gente buena, que la que uno se imagina.
Es el mejor mètodo, màs que comprobado de viajar, adonde y cuando Ud. lo decide: el transporte aparece cuando vos estàs listo. Nada de andar corriendo con horarios de micros, trenes y otros motores.
Por añadidura, te contactas con los locales, que te cuentan detalles que en las guias no aparecen. Cada dos por tres, hasta te invitan con un cafè mientras cargan nafta, o paran en un puesto de frutas de granjeros de la zona y ligas una bolsa de cerezas o un mango gigante.
Intercambias telèfonos para avisarles que llegaste bien, como si de nuevos padres se trataran, o para que te avisen cuando anden por Patagonia que seràn bienvenidos en mi casa.
Puede que en el medio te toque alguien que te pide la esperes mientras compra flores o que pasaràn a retirar una ventana averiada y el arreglo demora màs de lo previsto.
He compartido asiento con perros mimosos o con niños curiosos. Con bàrtulos, valijas y mil accesorios amontonados, pero con mucha voluntad, correrlos para hacerme lugar.
Me ha tocado una camioneta con olor a pescado y otra mujer, en un BMW con perfume exquisito.
Las màs de las veces, terminàs conociendo pueblos o ciudades que ni esperabas conocer.
Es un ejercicio constante a la confianza, y al Agradecimiento!
Salì de Cairns en el bus de las ocho de la mañana, sabiendo que debìa bajarme en un cruce de rutas. De allì, solo empuñar el dedo en la banquina con mi matinal sonrisa.
Christopher, un mèdico y nobel papà de una beba de 3 años, solo en su Traffic de reparto de material para instrumentadores mèdicos, me hizo los primeros cien kilòmetros, mientras me mostraba los campos de caña de azùcar de la regiòn.
Me dejò a la salida de Instfail, donde de inmediato una mujer me parò antes que yo lo pidiera. Era la primera vez que alzaba a alguien -me confesò pudorosa- !Estaba màs contenta que yo! Me hizo un tramo cortito aunque desbordante de simpatìa.
Donde quedè, apareciò Dane en su casita rodante. Piloto retirado, iba al encuentro de su hijo a campamentear con sus cinco nietos, en Damper Creek. Otros doscientos kilòmetros cumplidos! Hablamos del clima subtropical de la regiòn, de las lluvias para la temporada que se avecina, del calentamiento global, y de las ganas de ver a sus nietos que tenìa.
Nos despedimos al tiempo que un empresario hindù se detenìa con el propòsito de llevarme a Townsville, mi meca del dìa, distante otros doscientos kilòmetros. La ventaja de hacer dedo en esta regiòn es que todos los autos hacen largas distancias, ya que en el medio no hay otras poblaciones. Apenas granjas, o industrias manufactureras del azùcar o vitivinìcolas, con la belleza de sus sembradìos.
A media tarde, me dejò en la mismìsima puerta del hostel seleccionado. !Otra que servicio de taxi puerta a puerta! Mis angelitos tienen el mejor servicio!
Un lugar precioso, todo recièn pintado blanco con barandas y marcos de puertas y ventanas azules, muchas plantas en sus patios, y gente hermosa atendièndolo.
En la cocina escucho mùsica latina y un -”Boludo!”, señal indiscutida de que habìa argentinos. Uno se siente como llegar a casa. Compartimos cena y nos contamos las ùltimas aventuras. Los jòvenes alucinan con mi viaje y yo les digo que los valientes son ellos, tan jovencitos, dejando familia y amigos, para intentar “la Àmèrica” en tierras tan lejanas, con otro idioma, llenos de incertidumbres, todo para forjarse un futuro mejor que en sus paìses de origen. Algo parecido a lo que hicieron tantos abuelos de posguerra, o en los `70 los desterrados por dictaduras, solo que ahora el sueño americano es la Australia. Este paìs que convoca millares de jòvenes de todo el mundo, mayoritariamente del sudeste asiàtico, hindùes, latinoamericanos, españoles, franceses y alemanes un montòn, y hasta de Nepal y Mongolia. Increìble la diversidad de personas con las que me voy encontrando y pudiendo compartir una nutritiva charla. Esto es parte de la maravilla de viajar!
A la mañana siguiente, todo listo para “zarpar” nuevamente. Townsville es muy pequeña y no tenìa demasiado para ofrecerme màs que la icònica Magnetic Island. No acompañaba el clima, dìa màs que nublado, y el precio del ferry para ir a ver una playa màs no me convencìa. A esta altura, arena màs menos blanca, palmera màs menos rùstica, piedra màs menos roja, pajaritos mas menos cantores, empieza a parecerme todo lo mismo. Yo soy màs de bosque que de playas. Aunque suene nraro, a mì las playas me aburren. Las disfruto visualmente los primeros diez minutos y luego ya me molesta el viento, se me mete arena por doquier, las olas rugientes que no paran, todo me empieza a incomodar un tanto. Por otro lado, ya descubrì que en cada punto turìstico, los folletos màs que photoshopeados, te venden idìlicas excursiones para ver la isla que tienen enfrente, siempre ponièndote la zanahoria màs lejos, en vez de conformarte con la mismìsima playa donde ya estàs parado. Mirà quien habla! La hormiguita curiosa incansable… pero esta vez, dije “No!”, mejor sigo avanzando con mi propòsito de ir para el sur…
Siendo domingo, no habìa colectivos locales para salir de la ciudad, asì que despuès de pensàrmelo bien, decidì tomar un taxi hasta las afueras, unos 15 kms. El taxista no podìa creer que no tuvoiera una direcciòn fija y que le pidiera me dejara en simplemente una rotonda! Como tantos, me habrà creìdo una loca o una mendiga. Pero a esta altura, poco o nada me importa lo que piensen los otros, yo tenìa mi propòsito a cumplir y asì fue que en apenas dos minutos apareciò una pareja de alemanes, Susy y Daniel, con auto alquilado limpìsimo, aire acondicionado y linda mùsica, que charla cultural mediante, me llevaron de Ayr a Prosperine. )pueden googlear en el map si quiieren unir los puntos como en el jueguito de cuando èramos chicos y aparecìa la figura de un conejo) Aquì, en mi realidad, la magia ocurre en lìneas ruteras, ja!
Quedè en la banquina por unos segundos, cuando una destartalada camioneta con dos jòvenes morochos y barbudos, ojos rasgados, y enormes sonrisas, me preguntan para donde voy. Cometì el error de decirles mi destino yo primero. Generalmente trato de que el conductor me diga su direcciòn y en esos segundos tengo la posibilidad de aceptar o no el traslado (Ja! Siempre acepto! El que parò, ya me demostrò que es buena persona, que quiere “ayudar”).
Hubo en mì unos milisegundos de duda, se mostraban ansiosos de que subiera y me acomodara. En realidad estaban mal parados en una zona no apta para detenerse. Evidentemente su intenciòn era favorecerme. Uno tenìa musculosa deportiva y brazos màs que peludos, el que manejaba portaba una camiseta de football de Argentina, señal màs que suficiente para confiar. Subì y me presentè. Ellos felices de llevarme. Eran Erick y Cyrus, de Fiyi! Eran trabajadores de arreglar las vìas del tren en ese tramo y hoy era su dìa libre. Iban a Sarine, al shooping, a comprar un celular nuevo. Me pidieron que los acompañara, asì luego me adelantaban unos kilòmetros màs. Aunque los shooping no son de mi agrado, la compañìa de estos simpàticos evangelistas -trataban de convencerme todo el tiempo de su fe- y el aire fresquito, me convencieron. De despedida me regalaron una enorme tableta de chocolate que para cuando lleguè a mi destino del final del dìa, estaba completamente derretida. Lo que vale es la intenciòn!
En Sarine apareciò John, un viejito al que no le entendìa nada, pero que voluntarioso me llevò al camping que yo le señalaba en el mapa. Lo conocìa bien, porque era de esa zona. Me dejò nuevamente en la entrada de mi destino fijado para el dìa. Otros 550 kms. cumplidos en siete horas, vamos que llegamos!
Me otorgaron una cabaña hermosa frente al mar, la luna llena y la cerveza helada, hicieron el cierre perfecto del agradecido dìa.
Por la mañana, tempranito, dispuesta a seguir la aventura, ya que las nubes grises y las medusas (carteles prohibiendo el baño en esta època del año), no invitaban a quedarse.
Dos caravanas enormes salieron delante de mis narices, pero no hicieron caso de mi dedo. No tengo buenas experiencias con estas casas rodantes, son generalmente matrimonios de viejos, màs asustados que aventureros, egoìstas a pesar de sus enormes espacios, en fin… sin juzgar Marìa!
Lo cierto es que debì caminar 1,5 kms. para cruzar las vìas por un paso a nivel y llegar hasta la intersecciòn de la ruta. Punto màs que difìcil para que los autos pudieran detenerse, ya que no habìa ni banquina, y venìan a mil por una recta larguìsima, propicia para ver mi vestido flameando al viento, pero no para detenerse.
Ademàs pocos o nadie pasaba por ahi…
Las primeras gotas comenzaban a caer. Saquè mi camperita fucsia del bolsillo de mi valijota, y antes que terminara de ponèrmela, apareciò John, un plomero de enredada barba anaranjada, con el cigarrillo colgando del labio inferior (a las 8 de la mañana!) y al que no le entendìa nada, aunque èl se empeñaba en darme conversaciòn. Sòlo entendìa que iba para Rockstone, adonde iba yo tambièn.
Tras 220 kms. De infructuosa charla, me dejò en una estaciòn de servicio.
Feliz en bùsqueda de cafè y un baño, entrè super animada.
Ni una cosa ni la otra. La màquina de cafè estaba descompuesta y el baño clausurado.
Pero a cambio, habìa un simpàtico señor que vièndome “mochileando” se ofreciò a llevarme hasta las afueras de la ciudad mientras me contaba de sus jòvenes èpocas de aventurarse por el mundo.
Conocedor de las estrategias de las rotondas, me dejò en un lugar perfecto: la parada de cafè de los camioneros locales.
Asì es como el conductor de un mega camiòn, cual “Las aventuras de B.J.”, se acuerdan? , me llevò otros 80 kms. Hacìa mil años que no subìa a un camiòn. La emociòn que sentì al alzar la valija trepando los cuatro escalones hasta lograr alcanzar la cabina, fue casi un acto eròtico de mi alma rebelde. No entiendo de què otra vida, me vendrà esa alegrìa extraña de sentarme en “el trono” de esos gigantes y amortiguados asientos frente al visor desde semejante altura. Una gozada! Ja!
Y el chofer super amable! No ofreciò mate porque era australiano, pero me contò de su familia mientras me convidaba jugo fresco de su heladerita.
Me dejò en otra estaciòn de servicio. Allì Brenda, la primera mujer que me levantaba en tantos dìas, me llevò otros 20 o 30 kms. Era taxista local y me confesò que tambièn manejaba grùas y màquinas excavadoras para una compañìa constructora, en turno noche. Asì viajando, te enteràs de tantas historias u oficios insospechados. Amorosa, me dejò en un Mc. Donald a la entrada de no sè que pueblo.
Un montòn de autos en el estacionamiento, pero nadie dispuesto a seguir viaje. Estaban muy satisfechos con sus hamburguesas llenas de ketchup. Las nubes volvìan a amenazar tormenta en breve.
Tomè la decisiòn de arrastrar mi valijota hasta la ruta, desandando los ùltimos quinientos metros, para subir por una curva nada propicia hasta la entrada a la autopista.
Ante semejante ridiculez (peor serìa quedarme parada en un estacionamiento), un auto se puso a mi par y a los gritos me preguntò para dònde iba, que estaba intentando?. Enumerè mi verdad, y abriò la puerta en señal de sacarme de allì.
Resultò una mujer malasiana, encantadora, que tenìa un vivero en la siguiente salida. Hasta allì me llevò bajo la lluvia que ya arrasaba.
No terminè de bajar mis bultos del baùl que “justo” salìa un muchachito en un autito lleno de cachivaches y otros yuyos. Con toda su mejor voluntad, echò toda su basura para atràs y me liberò el asiento. Alcancè a acomodarme adentro cuando el aguacero se enfureciò a sus anchas. Una cortina blanca de copiosa lluvia empañaba el parabrisas impidiendo la visibilidad a tres metros.
Ashey manejaba con prudencia aunque con mucha seguridad. Me contò que hacìa esa ruta 4 veces a la semana. Era acròbata, y sus pràcticas de circo lo llevaban desde muy chico a manejar por ese camino. Habìa nacido en la zona, pero viajaba por el mundo con su compañìa. Hacìa poquitos dìas habìa vuelto de una gira de 6 meses por Japòn. La lluvia seguìa pegando fuerte en el techo, unas enormes piedras de granizo lo golpeaban sin piedad. Yo no podìa dejar de agradecer mi bendita “suerte” (?¿). Me advirtiò que posiblemente, màs adelante, estuviera bloqueado el camino. Las autoridades lo cerraban cuando el nivel de la crecida de un rìo cercano, marcaba un tope. Es zona muy inundable, numerosos arroyos cruzan la regiòn. Causa y efecto de las valiosas plantaciones de cìtricos, uvas, melones, mangos, y cerezas que se cultiban por allì. Las colinas verdes se desdibujaban bajo la niebla evanescente de la pelìcula de terror que la tormenta les imprimìa. El autito y su rodar, resistìamos avanzando…
Me contò que tres años atràs, habìa quedado atrapado entre dos rìos, durante tres dìas! Junto a otros cinco autos. Sin agua ni comida, mucho menos señal de telèfono. Tuvo que salir a cazar y terminò comiendo serpientes. Por fin le habìan servido los cursos de supervivencia que su familia le instruyò con los boy-scouts en la escuela primaria, ja! Le advertì que yo soy de las que prefieren papas comunes, por si acaso… ja!
Las horas para llegar se aguaban al compàs de la lluvia, ya casi anochecìa. Finalmente llegò a su destino, que se convirtiò en el mìo: la ciudad de Gympie, donde èl vivìa. Me dejò en el primer hotel frente a la ruta, y feliz paguè por mi habitaciòn con ducha privada y buena cama.
Agradecì a los cielos, ya estaba a solo 200 kms. de Brisbane! Y a las puertas de las playas màs famosas de la costa este. Veremos...veremos… ahora a dormir!
4º dìa de ruta! Esta vez cortito, solo seràn 80 kms. Hasta Rainbow Beach. Con ese nombre, no me lo podìa perder.
Preguntè a la dueña del hotel por transporte pùblico y me frunciò la cara con desprecio, ya que no podìa concebir que yo no tuviera auto propio, mucho menos, que anduviera a dedo. Me despidiò con un asqueroso “Suerte!” (a medias). Frente a sus propias narices, elevè mi dedo en el sentido deseado. Era un taxi! Parò y obvio que no pagarìa una fortuna por ese trayecto. Lo hice màs como una gracia, que por conseguir el viaje.
Adentro iba Jill sentada en el primer asiento como pasajera, me preguntò de donde era y adonde iba.
Sonriendo me invitò a compartir “free” el viaje ya que ella tenìa su casa en la costa.
La dueña del hotel mirò la escena desde atràs de su ventana, y todavìa se estarà preguntando de dònde salì, ja!
Lo cierto es que Jill, resultò ser una pintora. Su casa era una galerìa de arte de floridos cuadros, como su esmerado y bello jardìn. Lo venìa cultivando desde hace 25 años y era su refugio en el mundo. Me invitò a cenar para esa noche. Una divina!
Primero bajò ella y el taxista me alcanzò (sin cargo) hasta el hostel que ya tenìa apuntado al otro lado de la playa, en medio de un bosque de eucaliptus blancos de maravilla.
Me alojè en una carpa con ventilador, unas buenas cuchetas y otras gratas compañìas, humanas y animales: una larga iguana, mosquitos, y cotorras al por mayor.
El dìa se presentò luminoso, brillante, propicio -como su nombre Rainbow- lo indica, para larga caminata playera hasta los acantilados multicolores.
El yeite de esta playa otrora exclusiva, ahora popularizada gracias al turismo de instagram!, es que las 4 x 4 pueden andar por la arena a sus anchas.
Asì es que vos vas de lo màs tranquila mirando conchillas y aguas vivas en la orilla, con los tobillos refrescados en las olitas que te acarician las pantorrillas, el cabello libre al viento, la sonrisa agradecida en los labios paspados, luciendo un abdomen desnudo que nadie contempla, feliz… hasta que un prepotente (como casi todos los que manejan estos vehìculos para la guerra!) te pasa al lado a todo lo que da, levantando espuma y dejàndote asustada y empapada sin razòn. Lo peor es que ni se enteran, mucho menos una disculpa! Ellos se divierten a su manera, y se sienten hèroes sobre las cuatro gomas de terror. En fin… a no juzgar Marìa!
Finalmente entrè al agua, entre las banderas indicadoras de los guardacostas, con el placer de los niños en cada zambullida bajo la espuma de las grandes olas. Me mecì de espaldas haciendo la plancha como hacìa años no la hacìa. La temperatura era ideal. El sol màs que suficiente. El paraìso estaba ahì mismo en mis manos…
Màs que feliz, salì, me recostè en la arena. No me importò pegotearme, sabìa que podìa volver a entrar a lavarme. Me hice una mini siestita reparadora.
A media tarde, ya bañadita, salì a caminar por un bosquecillo cercano que me habìan recomendado, hasta unas dunas de sorpresa! Una grieta enorme de arena blanca en medio del verde de la frondosa arboleda, un espectàculo!
Con el alma màs que plàcida y la pancita llena, me dormì con los angelitos, decidiendo mi pròximo destino.
La Navidad se acerca y aun no sè si quiero estar sola, dejar a la suerte donde caiga, u organizarme algo especial… tenìa tiempo para tomar decisiones, mientras seguirìa avanzando hacia Brisbane. Las playitas cercanas serìan màs de lo mismo y con èsta me conformaba para guardarla en mi corazòn. Por otro lado, el pronòstico anunciaba màs tormentas para los dìas sucesivos, y no era cuestiòn de quedar allì varada por mucho tiempo.
A la mañana siguiente lo decidirìa.
Buenas noches…
A las 6.00 am. -como de costumbre- se arma el bochinche de los que salen de excursiòn. Aquì te venden el circuito por la Fraser Island, te alquilan las 4 x 4 para corretear a tus anchas, ver delfines, asolearte en sus blancas arenas, visitar barcos hundidos, y deleitarte con pescados y otros frutos de mar. Nada de ello me convocaba. (Lo de los delfines ya habìa escarmentado dos veces, sabiendo que no es la època y que estos inteligentes animalitos ya no se acercan a los barquitos ni por confusiòn).
Empaquè mis cosas y salì a la calle decidida a llegar a Brisbane.
Justo delante del hotel estaba la parada, y con el micro a punto de salir, directo a la ciudad en 4 horas. Tuve toda la buena intenciòn de comportarme como una señora “normal” y me crucè a preguntarle para comprar mi pasaje.
-Fully book!- me contesta la chofera, cerràndome la puerta en la cara.
Ni lenta ni perezosa, lejos de frustrarme, decidì jugarle una carrera, ja! Aunque solo yo lo supiera.
Me volvì a cruzar la calle rumbo a la salida del pueblito y “justo” en eso salìa Jack, el dueño del hostel, en su impactante camioneta. Me pregunta para donde voy y se ofrece a llevarme de vuelta a Gympie para retomar la ruta Sur. Sensacional!
En pocos minutos, ya habìa pasado por delante del micro Greyhound, ja! (faltò que le sacara la manito para saludar a la chofera)
En la rotonda de entrada a esa otra ciudad, me dejò en una banquina donde otra camioneta, llena de pescados en el baùl, puaj! Que olor! me subiò hasta la siguiente. Por suerte fue cortito.
Allì, un BMW plateado tan largo como una ballena, con una destacada mujer al volante, se detiene y se ofrece a llevarme hasta el siguiente pueblo donde iba a retirar un pedido de arreglo floral para su mesa navideña, en homenaje a su marido que habìa fallecido hacìa poco. Ambas compartimoss un agradable momento.
Finalmente me dejò en otra banquina cuando las primeras gotas del dìa comenzaban a deslizarse por mi frente. Allì apareciò una brillante camioneta azul con un simpàtico señor que iba a cambiar el vidrio roto de una ventana que portaba en el asiento trasero. Me advirtiò que demorarìa unos minutos y luego harìa 100 kms. en mi direcciòn. Me pareciò una oferta razonable, mejor que empaparme. En el mientras tanto, me invitò un cafè. Excelente decisiòn tomada. Tras una hora, estàbamos listos para seguir viaje. Èl contento con su ventana reparada y yo contenta con la ruta. Estoy empezando a creer que quizàs yo tenga una incierta adicciòn al pavimento, como otros al vino. Ja!
Lo cierto que mientras manejaba, llamò a su novia para contarle de mì y mi proeza de viajar sola, enfatizaba mis 67 años como si de 100 se trataran. Luego hizo lo mismo con su hermana. Yo escuchaba todas las conversaciones en el panel de manos libres. Màs tarde con un amigo. Y hasta cuando lo llamò su jefe, le contò de a quien estaba llevando en su coche, con orgullo ajeno. Un amor! Lo cierto es que hablò màs con los otros que conmigo, hasta dejarme en otra estaciòn de servicio. Me faltaban los ùltimos cien para mi desafìo Cairns-Brisbane de casi 2000 kms.!
Y asì fue que apareciò mi ùltimo chofer: Olivier, un muchachito de Oregon, USA, que hace 6 años vive en Australia para estudiar fisioterapeuta, trabajar por màs plata, y poder viajar por zonas màs càlidas que las montañas de su paìs.
Otro milagrero que eligiò desviarse de su ruta para entrar a la monstruosa gigante ciudad de Brisbane, y dejarme, una vez màs, en la mismìsima puerta del hostel elegido.
¿Què que hora era? Justo 4cuatro desde que habìa salido, seguramente le empatè al micro, ja! Y de yapa, conocì hermosos angelitos!
Siempre digo que si viajas en micro o en tren sola, lo màs probable es que te duermas a los 10 minutos mirando pasar el paisaje por una ventanilla limitada. De esta forma, charlàs, aprendès, compartis, y cada cual se queda màs contento que antes de conocernos. Es un intercambio de frecuencias amorosas, que a todos nos hace bien. ¿Porquè dudar en elegirlo? Se los recomiendo!
Llevarè el recuerdo de todos los que me ayudaron en este viaje, con sus nombres anotados en mi “cuaderno de àngeles”, y una sonrisa còmplice en el alma.
Yo no puedo parar de AGRADECER !!!!
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