Parece ser que los huevos fritos con la cheese cake, no se pusieron de acuerdo en mi estòmago, y a la medianoche empezaron a pelear para ver quien salìa y quien se quedaba.
Tener arcadas y tener que salir corriendo al baño, es màs que horrible, pero en casa ajena es realmente espantoso!!! Sentìs culpa de prender las luces, hacer ruidos preocupantes, salpicar indebidamente y no saber ni con què limpiar, etc..etc.. (No voy a abundar en detalles…).
Si eso se repite cinco o seis veces a lo largo de la noche, significa que no pegaste un ojo, que estàs hecha un trapo de piso y que la vergüenza me hizo huir a las siete de la mañana de un domingo, con y a pesar de la lluvia…
Caminè hasta la parada del bus, rogàndole a los angelitos que no me vinieran las ganas durante el viaje porque ahì sì que serìa un papelòn! Aunque a esa hora, el bus iba vacìo, y mi estòmago ya tambièn.
Sabìa que a las 8.30 tenìa otro bus hacia el lago Tekapo, y decidì esperarlo en la terminal.
Empecè a sentirme màs tranquila, y probè a tomar muy despaciosamente un tè, mientra hacìa tiempo, y pretendìa recuperar un poco de calor, despuès de la mojada tempranera.
Tuve la precauciòn de tener a mano, en un bolsillo de la campera, una de las bolsitas que te dan en los aviones (Ni idea porque guardè una desde el ùltimo vuelo, ja! Siempre tran previsora…
Bueno, no voy a continuar con la lista de los sucesos, pero… “todo lo que entra, sale..”serìa el dicho para la ocasiòn. Este micro iba lleno, pero nadie se dio cuenta. Me habìa sentado en el ùltimo asiento, ja!
Llegada al lago Tekapo, tras tres horas de viaje, me tirè en un pastito al sol..SÌ!!! Ahì habìa sol!
Y me quedè dormida en un minuto. Al abrir los ojos me dì cuenta que los lupines lilas y azules rodeaban el lago, y que un paisaje muy parecido a La Angostura enmarcaban las montañas de fondo.
Caminè un poco hasta una capilla cercana, la famosa del Buen Pastor, muy antigua, toda de piedras de la regiòn, sencilla y bien conservada, y visitada por todos los turistas que acampan en los alrededores.
Estaba cerrada, asì que fotito y a seguir.
Decidì no comer nada en todo el dìa, y emprender el dedo hasta Queenston, distante 360 kms.
Invoquè a mi suerte alada, y enseguida pasò una camioneta con casita rodante adosada. Siguiò de largo..
Dos minutos despuès, veo a su chofera volver con la sonrisa nozeolandesa en alza, dando la vuelta a la ruta para recogerme.
Yo feliz, y agradecida, me acomodè en la cabina. Iba màs allà de mi destino, por lo que tenìa asegurado el tramo de un tiròn.
Agradecì a los astros, porque en ese momento me dì cuenta que estaba volando de fiebre.
Por supuesto no dije nada, màs bien trataba de mantener una conversaciòn coherente y los pàrpados con escarbadientes. Llevaba el aire acondicionado al màximo y no me animè a pedirle que lo apague. Encima que me estaba llevando, no podìa tener pretensiones, pero los pelitos de mis brazos temblaban como mi espìritu.
Debìa mantener la compostura 4 horas màs…
Siù, otra veterana de màs de ochenta, amorosa, no se daba cuenta de nada. En un momento se detuvo en una granja para hacerme conocer los cultivos de damascos, cherrys, kiwis, y otras frutas locales. Estaban hermosamente apetecibles y a un precio muy conveniente, pero rehusè la invitaciòn a consumirlas aludiendo a la pura verdad: No tenìa hambre… Lo ùnico que querìa era llegar!…
La ruta era preciosa. Llena de curvas rodeando lagos turquesas, bordeada de florecillas amarillas enanas, viñedos de verdes brillantes alineados como soldaditos, cultivos de frutales en àrboles pomposos, y las nubes corrièndose como telones para enmarcar montañas altìsimas.
Sabìa que estaba entrando al cielo… en el màs estricto sentido literal de la metàfora. Podìa morirme ahì mismo en la cabina que ya estarìa frizada para la morgue.
La entrada a Queenstown, como toda gran ciudad en domingo vespertino, se ralentizò, por lo que gentilmente, Siù me dejò en la parada de un colectivo local para llegar a mi hostel, en vez de entrar ella a pleno centro.
Nos despedimos con mi ùltima fuerza y mi mejor actuaciòn.
Un angelito compasivo me mandò el colectivo en ese preciso segundo! Iba directo a mi direcciòn! Bendita parada enfrente al hostel!
En el trayecto, veìa una ciudad vìvida, vital, a orillas de una gran bahìa con barquitos de colores y velas de todo tamaño, mùsica por allì, bochinche por allà.., miles de turistas, y mis ganas de que hubiera lugar. Para variar, no habìa hecho la reserva porque con mi sistema nunca tienes asegurada la fecha de arribo. O por càbala, nunca la asumo.
El hindù que estaba en la recepciòn me recibiò con un parco “No Vacancy”.
Creo que mi cara blanca le dijo todo, porque inmediatamente se ofreciò a verificar si habìa alguna cancelaciòn.
!Aleluya!! la habìa! Habìa 1 lugar disponible, cuarto compartido con otras tres chicas.
Me diò las llaves. Subì a la habitaciòn. No habìa nadie, sòlo estaban sus pertenencias y la ventana abierta, con vista al lago.
Dejè mis cosas en el suelo. Cerrè la ventana y abrì mi cama, la de arriba de la cucheta.
Trepè, metì la cabeza bajo la almohada, boca abajo…
Amanecì dieciseis horas màs tarde. De un tiròn! Juro que no escuchè nada ni a nadie.
Me levantè como nueva, totalmente recuperada, con hambre! Con ganas de salir a devorarme la ciudad, ja! Ya estaba normal!
Por supuesto lo primero una ducha màs que hermosa y un desayuno medido (aùn con poquito de miedo..)
Prudentemente decidì quedarme ese dìa quieta, en esa ciudad, que sabìa que tenìa un bonito Jardìn Botànico, atracciòn màs que suficiente para mì, por hoy!
Ademàs querìa averiguar las agencias que realizan tours a los Mildorf Sounds, la excursiòn màs recomendada de Nueva Zelanda.
Tras preguntar en tres o cuatro lados, me di cuenta que todas eran lo mismo, un mega mayorista que maneja todas las compañias navieras con precio ùnico y uniforme.
Me decidì por una y reservè para el dìa siguiente. No les digo? Salen todas a las 6.30 am.! Malditos horarios. Para estar 6.30 tenès que levantarte 5,30. ufa!! Todo sea por satisfacer la voracidad viajera…
El viaje consiste en cinco horas de micro hasta el fiordo, ahì te embarcan durante hora y media para contemplar la gran gargante verde que se abre desde el ocèano, repleta de cataratas, pàjaros, delfines, lobos marinos y millones de turistas!!!
Veremos, veremos...y ya lo sabremos…
Lo cierto que en mi caminata pacìfica por la ciudad descubrì una heladerìa enorme llamada “Patagonia”. Tenìa cola larguìsima a toda hora! Tan larga como sus precios! El vasito mìnimo 11 dòlares! Se me fueron las ganas de ir a presentarme, por otro lado, estaba atendida como por 8 orientalitas que nada tenìan que ver con el supuesto propietario, ja!
¿Què màs? Que el botanico era una penìnsula sobre el lago todo arbolado de añosas sequoias gigantes, con canteros de flores agrupadas por colores, bouquets de amarillos y naranjas, otros rosados y pùrpuras, màs allà violetas con celestes, todo atravesado por un arroyo lento pleno de irupès abiertos, una sinfonìa de maravillas.
En un momento veo cruzar un muchacho con un mate en la mano y el termo bajo el brazo. Se sentò bajo la copa de un àrbol cercano, y yo no pude dominar el instinto de ir a saludar a un argentino, y educadamente pedir compartir la bombilla, ja! Para mì sorpresa, no era ni argentino ni uruguayo, sino americano, de Texas. Me contò, mientras mateàbamos, que habìa visitado mi paìs hacìa muchos años y que desde entonces se habìa enamorado del mate. Ergo, lo lleva a todas partes, como un argentino màs.
La ciudad de Queenstown es un poblado en desniveles alzàndose sobre las montañas que bordean el lago. Pequeñas casas, modernas y de atractiva arquietectura se entremezclan con las antiguas tradicionales de madera, de los primeros colonos, muy inglesas. Con un centro comercial de unas seis manzanas atravesadas por calles peatonales, y un paseo costanero donde abundan los bares, restaurants y cervecerìas de moda. Cada tanto, artistas callejeros y puestitos de crepes, suyis, panchos o lo que fuera. El mundo està tan globalizado que no sabès si estàs en Nueva Zelanda, China, Alemania o la luna.
Hablando de mestizajes culturales, otra cosa sorprendente para mì.es ver flamear la bandera de este paìs, casi idèntica a la de Reino Unido. En realidad, lleva la de Gran Bretaña incluìda en un paño azul con 4 estrellitas rojas, muy parecida tambièn a la de Australia. De alguna forma, se ve que aùn no terminan de cortar el cordòn umbilical con quienes “los descubrieron” y que aùn les da la mamadera.
Existen otras banderas simultàneas, correspondiente a los maoriès, con colores màs terrosos, o a veces solo en verde y blanco, que asemeja a una ola con la proporciòn del nùmero aùrico, muy simbòlica y muy bonita, pero que no se iza en los edificios pùblicos. Ja! Mucha integraciòn, pero a la hora de la verdad, mmm…
Pasè el dìa lentamente, disfrutando cada paso y cada asiento bajo los àrboles frente al lago, incluso en la mismìsima terraza del hostel, todo un privilegio, hasta ver salir la luna llena…
Eso es señal que ya es hora de dormir.
Mañana se arranca temprano, nos vemos!
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