lunes, 28 de abril de 2025

Laos al Sur

 Y me moví nomás!

Después de un día de completo remojo en la piscina del hostel de Vientiane, tomé el bus nocturno hacia Paské.



Cuando compré el ticket para el “coche cama” lo que menos imaginaba era que en vez de asientos, tenía efectivamente “camas!”

Separadas por altos respaldares que te daban cierta intimidad, apareados colchones, a ambos lados del tradicional pasillo central, se disponían a albergar mis sueños en el trayecto de 13 horas entre las dos ciudades en cuestión.

Por suerte me tocó con una francesita bien simpática con la que armamos un picnic a modo de cena ambulante y luego nos dormimos cual amigas de toda la vida.

Muchas de las familias locales, hasta se ponen el pyjama! En serio…

Amanecimos justo para descender en Paské, y tras breve caminata llegué al albergue seleccionado. Me recibieron con un desayuno delicioso!

Lista para emprender la jornada, averigüé para ir a las cascadas famosas de la zona.

Una excursión para mí sola era carísima, y un taxi imposible!

Del mercado local salen camioncitos, con los repartos hacia los pueblos aledaños. Hacia allá me fui bajo un sol ya asfixiante.




El mercado, más grande que una manzana, era un desborde de abundancia de frutas, verduras, ropa, alfombras, artículos de ferretería, carretillas, elementos de construcción, parlantes y enseres de bebés. Entre la melange, logré individualizar un camión que iba pata Pakson, la región adonde yo debía ir.

Acordé con el chofer el precio, a sabiendas que me dejaría en un cruce de rutas y de ahí debía seguir mas o menos una hora a pie. Acepté el reto, y me subió en la parte trasera junto a “las cholilas” locales que ya estaban allí ubicadas, entre gallinas, canastos, bolsas de todos los colores, cajas de bebidas, olor a pescado, y hasta un motor de no sé qué.



Tardó unos cuarenta minutos en salir, No sé qyué esperaba, porque no hubiera entrado ni un alfiler más.

A medida que avanzábamos, seguía parando para surtirse de botellones de agua, maples de huevos, bolsones de arroz, y vaya a saber cuanta cosa cargaban en el techo del carromato.

Tras una hora, empezó a parar en distintas banquinas, donde cada mujer, sabedoras de sus bultos particulares, descendía con toda su mercancía. Algo así como un servicio de flete a domicilio.

Tras tres horas, y justo cuando se largó un aguacero de temer, llegamos a mi cruce.

Sin piedad, y con su laosiana sonrisa, me hizo señas de descender por la portezuela trasera.

De un salto ya estaba en el barro con mi más estúpida pregunta: -¿Quién me manda a mí a ver unas cascadas de m.?

A unos pocos metros de la encrucijada, los angelitos ya habían dispuesto unas chapas que me cobijaron los veinte minutos que duró el chaparrón.

Apenas paró, emprendí la caminata, por suerte en bajada… aunque el calor en franco ascenso nuevamente.


Al llegar al bendito salto de agua, me felicité por mi esfuerzo y determinación. La verdad es que eran dos lenguas de agua maravillosas y coronadas por elk arco iris.

Una olla a sus pies me esperaba para un merecido chapuzón.




Mientras lo disfrutaba, me llamé a la prudencia para retornar, ya que no quería demorarme tanto en volver, no sea cosa que no consiguiera otro transporte.

Inmediatamente me acordé de mi clásico sistema, y abolí cualquier presunción nefasta. Decreté que volvería en un auto cómodo y con aire acondicionado. Ja!

Me sequé y cambié tras unos yuyos y me paré en la salida del estacionamiento donde solo había dos autos.

En eso salía una familia numerosa y ante mi pregunta, me dicen que van exactamente para el lado opuesto a mi destino. -Gracias, de todos modos!

Aún tenía la última chance.

En tres minutos aparecieron cuatro jóvenes camboyanos que ante mi requerimiento, aceptaron amablemente. Era un BMW super lustroso, con aire obviamente, ja! En treinta minutos -lo que el fletero tardó tres horas- me dejaron en la puerta misma de mi hotel, un lujo!

Fresquita y contenta me fui a tomar un café con una auténtica cheese croissant a un bar francés. Les dije que Laos tiene reminiscencias de su época colonial? Y esta es una de ellas, oh la lá!



De vuelta pasé por una agencia de viajes para obtener mi pasaje para hoy tempranito venirme a las 4.000 Islas. No es cuestión de tentar tanto a la suerte. Si me quedara a mitad de camino, sería imposible comunicarme con los locales en su lengua. Por acá casi que no hablan ni inglés ni francés. Y mucho menos hacerle dedo a los botes.

Tras el delicioso desayuno, me pasó a buscar la van contratada. En tres horas ya estábamos en el puerto donde te cruzan en unas precarias balsas que dan risa: Unos tablones cruzados sobre dos canoas largas, con un techito de lona, y unos pocos banquitos de plástico para los primeros cinco que los agarren, El resto parados o sentados en el suelo.








Sólo veinte minutos de travesía y ya en la otra orilla, te sumergís en otro mundo: un pueblito mínimo, sin apenas calles, mucho menos vehículos, en una de las cuatro mil islas que forman el delta del río Meckong, el mismo por el que hace unos días hice la travesía a Luang Prabang.

Este larguísimo río forma frontera de Laos con Tailandia, con Camboya y con Vietnam. Atraviesa selvas, montañas, saltos, nutre a ciudades enteras, a veces navegable, a veces no, y termina desembocando en el mar del golfo de Tailandia.

En esta región se divide en estrechos que forman un bello estuario donde conviven terruños de variada flora y fauna en extinción como delfines de agua dulce.

La mayoría de los islotes están deshabitados, pero en dos o tres de ellos se han formado comunidades de hippies y mochileros como destino alternativo entre las comunidades locales. Esto es decir, hay poca gente, y la poca, gente linda!



















Logré salir del circuito masivo por unos días, porque acá me pienso quedar, colgada de una hamaca, por dos o tres días… mirando la nada misma, o alquilando una bici para rodear mi isla. Planazo!







Si hay más, les contaré. Ahora a fiacar...













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