sábado, 3 de mayo de 2025

Larguísimo sueño cumplido

 Siguiendo la línea del tiempo y del espacio, dejé Laos para pasar a Cambodia.


Salvo un pequeño problema con el gendarme de turno en la frontera -por meras cuestiones misóginas- puedo sumar un nuevo país a mi historial y a mis conocimientos.

El señor en cuestión se negó a firmarme la salida del país si no le entregaba una “coima” de u$s 20 por el sellado del pasaporte. Indignada me opuse, ya que ya había pisado el mismo palito a la entrada, en la frontera de Houayxai al norte. Que yo sepa, una cosa es pagar la visa para entrar, y otra muy distinta, pagar “el sellito” para la entrada o la salida. Habrase visto! Estos corruptos le ganan a los argentinos!

Conclusión: sin la “Salida” no me sellaban la “Entrada”. Eso después de ya haberme cobrado la visa de entrada a Cambodia de u$s 45.-!!!! O sea que la media hora que estuve discutiendo -y con toda la posibilidad de perderme el micro que nos aguardaba frente al edificio de la Aduana, meta bocinazo- no estaba literalmente en ninguno de los dos países, o sea, en una especie de limbo espacial, ya que cruzaste la barrera de un país, pero aún no te abren el piolín del siguiente. Re angustiante!

Éramos 5 extranjeros: 2 tanos, una francesa, un inglés y un no comunicativo. A los varones no le pidieron nada ni les hicieron ningún problema. La francesa optó por pagar sin discutir, y yo… claro! Argentina y justiciera, me negué de boca y de sentimiento.

El soldadito se hacía el bolu haciendo que no me entendía y repetía el gesto de poner la tarasca sobre el mostrador. Yo, indignada, daba las mil y una explicación al otro lado de la ventanilla. Me hizo sufrir la gota gorda! Además de los 40 °C sobre el pavimento.

Finalmente, orgullosa de mi coherencia, logré el sello, la salida y volver a subir a mi micro con destino a Siem Riep, la 2° ciudad más grande de Camboya (o Cambodia como prefieras).


Siguieron 9 horas de van climatizada por unas rutas bastante despellejadas, y sin ningún atractivo paisajístico, más que la sucesión de pueblos agricultores de una pobreza dolorosa e inmerecida. Más carros a tracción a sangre que autos, algunos camiones desvencijados y millones de motitos que han reemplazado completamente a las míticas bicicletas. Así como las gorras de visera con nombres de marcas en la frente, han reemplazado a los típicos gorros cónicos de paja entretejida. Apenas algunas mujeres viejas los usan.

Así como pocas lucen las polleras rasadas y bordadas, el jean occidental y las remeras han ganado todas las batallas.

En fin, la famosa globalización, que borra identidades y aumenta las desigualdades…

Llegué a la ciudad a eso de las nueve de la noche y para mi sorpresa, era todo algarabía, luces de colores, consumo al por mayor, restaurants y hoteles a todo trapo, autazos de lujo, y miles de turistas pululando por las calles.



Claro! Este el centro desde donde se visita el famoso Angkor Wat. La ciudadela de más de 400 km² que fue redescubierta a finales del 1890 por un arqueólogo francés. Anteriormente, durante los siglos IX al XIV, había sido la capital del Imperio Jemen, el más grande que jamás existiera, otra que los romanos, los griegos, los mayas o los incas. ¿Porqué en la escuela me contaron cien veces los viajes de Colón o lo que dijo Felipe II, y jamás me contaron que había otros muchos más mundos al otro lado del planeta?! Asia es GIGANTE!!! y aquí también pasaron y pasan cosas, que desde nuestro ombligo occidental, no tenemos ni la más pálida idea.



Lo cierto es que las ruinas de los palacios y los templos que se hallan en esta zona, son de una inmensidad que la Pirámides pasan a ser una cakita de mosca. La Notre Dame de París cabría en una ventana de alguno de estos monumentos. Para que se den una idea, un templo puede medir 2 kilómetros por 1! Sí! Dije kilómetros no metros!. O sea, 20 cuadras por 10! un solo templo. Y hay miles!!!! Recorrer todo el complejo lleva de 3 a 7 días de acuerdo a tu nivel de curiosidad o conocimientos requeridos. 





Como la mayoría de los visitantes, no somos ni arquéologos, ni historiadores, ni antropólogos, y que el precio para visitar este Patrimonio de la Humanidad no es nada barato (sumado al servicio de taxi o tuc tuc que necesitas para recorrer las distancias entre cada uno), la mayoría optamos por conformarnos con un solo día.

Eso sí! Iniciando a las 4,30 am. para ver la salida del sol tras los monumentales templos, y para tratar de evitar cocinarse durante el mediodía, terminando a las 19 hs. que ya cierran las entradas.





Además, salvo que tengas una buena apreciación arquitectónica, como en mi caso, sumado al amor a la vegetación circundante, como es mi pasión, la mayoría de los turistas se refugia en los restaurants aledaños con aire acondicionado y apenas se asoman de a ratos.

Llega un momento en que ver tantísimas piedras acumuladas, por preciosas que fueran las esculturas, molduras, frontis, pasadizos, galerías, terrazas, cornisas, geroglifos, etc.etc. todo con sus niveles de derrumbe correspondientes, se te hace insostenible.





























En mi caso, opté por alquilarme una bicicleta, siguiendo los consejos de algunos blogueros.

Claro! No medí que generalmente los blogueros tienen menos de la mitad de mi edad!

Tampoco decían en que época lo hicieron, porque en esta, fue un suplicio del infierno!

Recorrí 36 kms. pedaleando en total, sin contar que desde el hotel a la entrada ya eran otros 6 más!

El día se inició a contramano. A las 4,30 cuando bajo a montar mi bici, estaba diluviando, ergo, no habría sunrise posible, solo rezar para que deje de llover, so pena de tener que hacer todo el recorrido bajo el agua. No te devuelven la entrada que ya pagaste el día anterior.

A las 6 am. comenzó a despejar y decidí, pilotín mediante, iniciar mi pedaleo, mochila con víveres y agua suficiente. Dos litros igual dos kilos, puff!! ya recargada!!

Igualmente para mí, salir a andar con el olor de la tierra empapada y esa luz tan especial que tienen las mañanas, ya me predisponen el alma hacia la beatitud y el regocijo.



Salvo que a los treinta minutos, la marcha se me puso pesada. Intuyendo una rueda desinflada, me detuve en la banquina, y dicho y hecho. Estaba en llanta!…

Nadie por aquí, nadie por allá….

Maldije mi mala suerte y el hecho de ya estar perdiendo tiempo desproporcional de “La Entrada”.

Empecé a caminar con la bici al lado, pidiendo ayuda a mis angelitos, y agradeciendo que por lo menos había parado de llover.

A los pocos metros se detuvo un tuc tuc, dispuesto a ayudarme, previo pago por el traslado a una bicicletería que él conocía y que estaba abierta.

Sin otra alternativa, montamos la bici a su carromato y en tres minutos caímos en un kiosco con un viejito con parches, presurizador de aire y herramientas.



En pocos minutos, obvio con el correspondiente pago por su labor, tuve de nbuevo mi vehículo a disposición.

Ya eran apenas las 7,30 am. y el calor húmedo era insoportable.

En media hora más logré llegar al primer templo que yo ya tenía marcado como mi MECA de este viaje por el sudeste asiático: el Prasat Ta Prohm !







Desde chiquita, cada vez que veía una foto de los árboles engullendo las edificaciones en ruinas, mi alma me avisaba que un día estaría allí frente a ellos.

Y así llegó el gran momento! Lo logré! Mi sueño se hizo realidad! Y lloré! Canté, Agradecí!

No podía dejar de contemplar, de recorrer lentamente todo el ámbito salvaje, a pesar de la multitud que como oleadas, pasa, saca las fotos de rigor, y como un souvenier más, sigue se camino.

Yo me senté en un rincón. Luego en otro, y en otro…

Era tal el magnetismo que no podía ni quería despegar…

Saqué cerca de cien fotos! Los abrazaba, los acariciaba (no era la única loca!), los volvía a recorrer, les hablé…




Cientos de banianos y kapocs entrelazan sus raíces gigantes entre los muros de piedras, o lo que queda de ellos, hunden sus raíces en los techos, asomando indisciplinadamente por ventanas y recodos, oradando paredes sin pudor. O bien nacieron, hace milenios, en los interiores mismos de los recintos laberínticos, como dueños y posesos de este descomunal ambiente.

Ojo que dije banianos, no bananeros. Son higueras gigantes, de la familia de los ficus, con miles de raíces expuestas, colgantes en manojos enredados, o estranguladoras de rocas y de otros árboles a su pasos, en un sin fin de movimientos ondulatorios por doquier.

Los Kapocs son ceibas descomunales, cuyos frutos se abren desprendiendo una fibra algodonosa y sutil.






Cada tanto, alguna gallina se pasea oronda entre los granitos, no precisamente de comida. Son los durísimos bloques con que todo ha sido construído en perfectas uniones rectilíneas, sin un solo gramo de cemento ni ningún otro tipo de aglutinante. Solo presión y precisión.

 Milagro de técnica constructiva que aún hoy, seis siglos más tarde, aún se sostienen en pie en su gran mayoría. Ni pensar la cantidad de obreros que han trabajado en ello!




































Dicen que en su momento de esplendor, aquí residían más de un millón de personas. Supongo que solo contaban los reyes, los sacerdotes y aquellos que gozaban de cierto poder. Mujeers, esclavos y niños no entraban en la contabilidad.

Un enorme lago circundante a cada palacio, a modo de foso de defensa, también cumplía con las funciones de abastecer el vital elemento a la población, a las cosechas y a los animales.



Tanto lujo y esplendor llamó a la envidia de otros reinos vecinos, y así como tantas veces en la historia, los Jemes se disolvieron en el apocalípsis de guerras sin fin, siendo finalmente conquistados por el Imperio Siam, abandonando estas ciudadelas y moviéndose a otras que nunca alcanzaron el esplendor de éstas.

Tras tres horas de derretirme en mi amoroso andar, bajarme un litro de agua y agotar mi máquina de fotos, decidí continuar el día pedaleando hacia otros templos.

Ya mi razón de llegar hasta acá, estaba bien cumplida!



Tuve que detenerme varias veces en la ruta, buscando sombras y un pastito seco donde sentarme a descansar, realmente estaba muy sofocada, aunque mi alma retumbaba de alegría verde!

Pasé por el Banteay Kei Temple, por el Ta Keo, y varios otros de nombres tan impronunciables como de difícil memorización, pero de belleza y asombro al por mayor.




















Para cuando llegué -a eso de las 14 hs.- al icónico Angkor Wat, ya estaba hecha un manojo de desesperación. La cabeza me ardía, las piernas me temblaban, la lengua seca, el sudor bañándome de cuerpo entero, los pies estallando dentro de las zapatillas hirviendo, la cámara resbalando entre mis manos transpiradas, la mochila pesando desproporcionadamente a medida que se vaciaba en sandwuichitos intermitentes o compartía mis bananas con monos intrusos, el corazón galopaba asfixia irremediable, pero al mismo tiempo, se negaba a parar. Hay tanto, TANTO!!! TANTÏSSIIIIIIMOOOOO!!!! para ver….

Cada tanto me recostaba sobre alguna lápida aunque hubiera un hormiguero, o extendía mi piloto a modo de alfombra mágica bajo un árbol generoso, o perseguía monjes anaranjados para alcanzar sus huellas tranquilas, o me sosegaba viendo algún ritual frente a alguno de los cientos de budas dorados.








Me divertía viendo a “los disfrazados”. Es una costumbre que ya vi muchas veces en otros templos y palacios. Los asiáticos se visten de época para fotografiarse a tono con las ruinas. Así es como ves parejas o familias completas (Y aquí la palabra familia incluye abuelos, tíos y decenas de niñitos, son verdaderos clanes al por mayor) todos ataviados como emperadores, reinas, o simples lacayos de época, con sus sandalias, sus bastones, sombrillas y accesorios. Casi siempre contratan a fotógrafos con grandes cámaras para lograr retratos memorables. A mí me diviertever todo el despliegue, y sus ilusiones de grandeza, aunque sea con prendas alquiladas por hora, ja!






























Recuperado el aliento, sigo y sigo, subiendo y bajando escalones, rampas, escaleras infinitas, cuestas, lomadas, saltando obstáculos, evadiendo al sol, aunque no a sus efectos.

Se me acabó el agua, me mareaba, me dolían las pantorrillas, pero mi cabra curiosa se negaba a detenerse. Quería aprovechar al máximo. Sólo me quedaban unas horas para el sunset, aunque sabía que no lo habría, ya que cada tanto se nublaba anunciando una reconfortante lluvia que no llegó jamás.

Me prometía y me mentía a mí misma, que solo dos más y basta.



Seguía pedaleando por caminos interminables, cruzando barros, pedregullos, charcos, pavimentos rotos, veredas inexistentes, subiendo colinas, derrapando, parando a nuevas fotos, comprando más botellas de agua, revisando el mapa una y cien veces, leyendo algo de sus historias en el móvil , tratando de imaginarme en aquéllas épocas. Yo al menos sabía que a la vuelta me esperaba un hotel con piscina! Pero para la gente que construyó todo esto, bien distinto debían ser los finales… Ni siquiera había lavaropas, ni desodorantes, ja! Mucho menos vacaciones, o pedalear “por placer”...ja!

Lo cierto que a eso de las 17 pm. bajando del enésimo Bayon Temple, estaba exhausta!

En eso venía hacia mí, una camioneta plateada, como envuelta para regalo.

Sin ni proponérmelo, mi brazo derecho se levantó en automático en clara seña de que se detenga. El conductor sorprendido no pudo menos que obedecer.

Me acerqué a su ventanilla y con mi último aliento le pregunté si iba para el centro de la ciudad y si podía cargar mi bici en su caja trasera.

No sé si me entendió algo ya que luego me di cuenta que no hablaba inglés (solo camboyano, ja!) pero los signos de mi fatiga hablaron por mí.

Me hizo señas que sí y se bajó a acomodarla. Yo no podía ni un paso más. Unos guardianes que vieron la escena, le ayudaron a montarla y se rieron un poco.

Caí en el asiento como la mejor bolsa de papas y me practiqué respiración artificial en secreto para avisarle a mi cuerpo que una vez más, estábamos salvados! Ja!

Fueron los 7 kms. más felices de mi última vida.

Llegué al hotel con la sonrisa del deber cumplido y me zambullí en la pileta con un solo movimiento, el de la felicidad plena.

Lo soñás, lo cumplís!




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