Tras otro bello rojo atardecer sobre el río marrón, me dormí cual ave de paso.
A la mañana, el alboroto de los preparativos para abordar el siguiente barquito, nos reunió a todos los turistas “blancos” en las escalinatas del puertito, o como se llame a ese manojo de piedras sueltas.
Todos y cada uno con sus correspondientes bolsitas de nutritivos alimentos para la travesía, como chicos al colegio. Por mi parte, me había encargado un “sandwich” de huevo y verdura en un kiosco aledaño (obvio de dudosa higiene, pero bueno, no siempre se puede elegir, ja!).
El grupo de pasajeros de este 2° día resultaron super serenos, se durmieron apenas soltaron amarras, o gozaban de silenciosas lecturas o música en los auriculares.
Yo, me deleitaba con la brisa del avance y la espumita que besaba la popa, mirando los cerros circundantes, los paupérrimos caseríos cada tanto, niños jugando en las orillas, hombres pescando, siempre con algún perro de compañero, y mucha, mucha calma…
Pasaban las horas, pero no el calor…
Llegué al hostel seleccionado, me duché como si de agua bendita se tratara, y bonita me fui a caminar al “night market”, la calle peatonal donde se instalan puestos de comida y artesanías, que convoca a todos los lugareños y turistas de paso.
Primero cumplí con mis “entregas” a dos chicas que el día anterior se habían olvidado en el hostel anterior, la una su malla y la otra sus auriculares. Ambas felices y agradecidas del reencuentro, la una me regaló una tartita de ricota y la otra me invitó a compartir una cerveza.
Lo de la tartita ni me lo esperaba!, de ningún modo me debía compensación alguna, era solo un “favor!”, pero lo que sí me encantó, además del sabor, fue recordar que a partir de ahora y por algunos días que transite por Laos, me iré encontrando con “Bakerys” (Panaderías en francés) ya que fue la impronta, entre otras cosas, que dejó esta potencia colonizadora por estas tierras. Ya me empacharé de baguettes, croissants, pan au chocolat, tarte des pommes y otros manjares! Ja!
Tras la recorrida por los puestos, algunos de cosas relindas pero imposible de acarrear 0,50 grs. más en mi valija, volví al hostel a cerrar el día.
Amo los banquitos de esterilla o ratán, los canastos, las lámparas entretejidas, las bandejas, los tejidos, las cartucheras, los bolsos, etc..etc…
Aquí hay una peculiaridad digna de relatar: hay un montón de bijouterie hecha de restos de aluminio de las bombas que cayeron durante los bombardeos de la segunda guerra mundial que sembraron los campos y las aldeas de pánico y destierros. Muchas de ellas, estallaron varios años después, mientras campesinos ocasionales laboreaban esas tierras, llevándolos a amputaciones o muertes seguras. Hubo varios y consecutivos rastreos para desactivarlas, pero el poder del odio ya había sido derramado con creces. Hoy en día se pretende mutar en obras de arte con amor, toda esa chatarra de dolor acumulado. Lindo gesto, pero yo no me colgaría nada de eso al cuello. Respeto esa memoria, pero paso!
Por hoy, ya me voy a dormir...





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