viernes, 9 de mayo de 2025

Vietnam no me quiere?

Dejaba Camboya con un sinsabor a nada, aunque sería más que injusto de mi parte, no destacar la visita a Angkor Wat y sus árboles milenarios trepando a los templos abandonados. 


Aunque todo lo de espectacular que tuvo ese día, se disolvió en ciudades que no tocaron mi corazón, en días anodinos, en no contacto con gente notable, en fin, Camboya no ha sido un hit en mi vida.

Así como me tocó un gendarme misógino a la entrada al país, me tocó otro corrupto a la salida: No me quería sellar el pasaporte aludiendo que no tenía Visa para entrar a Vietnam. Le enrostré la reglamentación que figura en la web: ciudadanos portugueses NO NECESITAN VISA para entrar como turistas por 30 días.

Él insistía en que sí porque las visas son de 90 días y que sólo se podían hacer por internet y con una anticipación de una semana.

Yo ya estaba allí en la frontera, sin papelito y sin ganas de perderme la posibilidad de visitar Vietnam, mucho menos, volver para atrás…

Las Aduanas no son lugares propicios para discutir tus derechos. Ellos lo deciden todo!

Aprovechando mi angustia, se ofreció “gentilmente” a gestionármela él mismo por u$s 200.- si estaba dispuesta a esperar dos horas. Salté en un grito de “H.de P.” y me negué a semejante arreglo. Le dije que atravesaría el puente hasta la Aduana Vietnamita a ver que dicen ellos, segura que ellos conocían mejor la ley.

Me miró con cara de “Vaya, pero de acá no se llevará el sellito de salida”. Cosa que me recordó mi paso por Argelia y mi autopromesa que a Camboya no volvería en esta vida.

Cuando intenté entrar a la garita en territorio vietnamita, distante 200 metros de la anterior, me volvieron a cuestionar mi no permiso. Inútil explicarles lo que dice la web, y para colmo, ya no tenía señal porque mi chip ya no funcionaba en el nuevo país, y ellos por supuesto no se molestaban ni en buscar la información en sus móviles.

Lo que sí se ofrecieron gentilmente fue en hacer ellos mismos el trámite por la módica suma de u$s 100.-!!!! Entendí absolutamente que no tenía escapatoria, que aquí los corruptos le ganan a los argentinos, que volver todo para atrás e intentar entrar por un aeropuerto -donde no pueden hacer tanta mugre porque hay mucha más gente alrededor- me saldría mucho más caro. Así que puse cara de “Bueno, dale!” y abrí la cartuchera. Tenía exactamente u$s 87 por todo efectivo. (Por supuesto en la valija llevo más petates escondidos pero no era cuestión de ventilar mis finanzas). Les lloré la carta que eso era todo lo posible y por supuesto aceptaron. Me retuvieron el pasaporte, me sacaron una foto (ahora sí tenían celular!) y me indicaron que me sentara a esperar en un rincón.

Obedecí con toda mi esperanza y todos mis miedos que “el de turno” se fugara y después nadie supiera nada. A todo esto, todo entre medias señas y pésimo inglés, ya que apenas intentaban entender mis razones.

Pasadas dos horas, como en la sala del dentista atrasado, les mandé con el traductor de Google que tenía hambre y sed y que cuánto faltaba.

Amablemente y para mi sorpresa, me entregaron una botella de agua mineral super fría.

El aire a 38°C. El reloj en las 14 horas.

A los pocos minutos, se acerca una moto delivery y me entrega una bandeja de telgopor con arroz, pollo, arvejas, tofu y huevos. Y un vaso gigante de café batido helado.



Esto ya se parecía demasiado a las gentilezas de los argelinos antes de conducirnos a prisión… Pero ya estaba en el baile, y no me iba a retirar de la escena hasta tener mi pasaporte en la mano, con o sin sellito.

En eso estacionó una ambulancia y de atrás bajaron una camilla con un cuerpo tapado con un nylon negro. Los camilleros atravesaron la barrera caminando y dejaron “el bulto” del notro lado, donde otra ambulancia lo recogió. Mientras, una mujer y dos hombres, obviamente parientes o amigos, hacían los trámites pertinentes.

Yo no pude menos que pensar y agradecer mi buena fortuna de estar viva y encima pretender pasar solo para pasear (y conocer) por solo 87 u$s, un lujo! comparado con quien iba allí acostado…

Siguieron pasando las horas y las caras, unos pocos coches, algún camión y bastante gente a pie o en motitos. Digamos que no era un puesto fronterizo muy ocupado, ya que es el más austral de ambos países, uniendo dos pueblos nada turísticos, más bien, de pescadores y agricultores.

Cerca de las cuatro, otra vez la moto delivery me trae un jugo de naranjas con hielo. Delicioso!

Me acerqué a la cabina para agradecerles y de paso saber cómo seguía “el trámite”.

Parece que les lleva más de lo estipulado, ya pasaron casi cinco horas…

Les expreso mi preocupación de que cuando me entreguen el pasaporte con la Visa, no podré ir a ningún lado, ya que obviamente mi micro ya se había retirado cinco horas atrás y que no me quedaba efectivo para pagar ni un taxi.

Me hicieron seña que no me preocupara y que me quedara quieta sentada, como la maestra cuando un alumnito inquieto joroba mucho.

Al rato, cinco horas y media habían pasado, uno de los gendarmes se acerca contento con mi pasaporte y me muestra el visado correcto.



Me indica que debo volver al lado camboyano para que me pongan el sello de la salida y vuelva para terminar el trámite.

En eso apareció un señor viejito en moto, ofreciéndose a llevarme. Le expliqué que no tenía para pagarle y lo que había pasado. En perfecto inglés me dijo que ya sabía todo, Que él era el padre del gendarme y que él me llevaría al pueblo siguiente para tomar el micro nocturno a Ho-Chi-Ming, que no me preocupara de nada, que los soldados ya habían pagado todo.

Obviamente también el almuerzo y las bebidas. Evidentemente con mis u$s 87.- habían sido generosos! Ja!

Lo cierto es que en un ratín más, todo esto pasó a la historia y en Ta-Hién, el pueblo fronterizo, ya tenía un ticket para el micro nocturno. Otro modelito de coche cama de maravilla.



En la estación, ya se encontraba esperando una joven cuasi rapada, muy flaca, con una pierna vendada. Nos pusimos a conversar, era australiana, aprox. 40 años, también viajera, Me cuenta que hace 8 semanas se rompió el menisco haciendo un trecking en una montaña de Camboya, y en vista de todo el relax que estaba cumpliendo a rajatabla, le seguía molestando y doliendo mucho, se estaba volviendo a su casa en Melbourne. Le conté de mi experiencia con el reiki y con el magneto, y se le sumó una esperanza impensada. Conclusión: si lo mío sirvió para alentar a otros, bendito el susto que pasé! Y ahora solo me queda agradecer mi milagrosa recuperación.

A las 19 el micro inició el recorrido y yo me dormí inmediatamente. Se ve que la angustia pasada, me había dejado huella. A las 2.00 am. Llegamos a Ho-Chi-Ming, la ciudad más activa y más poblada de Vietnam, También la más contaminada. El 85% de las personas que veo usan barbijos como en pleno Covid.





No era hora prudente para dejar la estación, ni para llegar a ningún hostel, por lo que me extendí en un asiento tipo de plaza, y seguí durmiendo como un bebé. Bendigo cada día la facilidad que tengo para cumplir mis 8 o 9 horas de sueño en cualquier posición, en cualquier lugar, con cualquier almohada o colchón, y con cualquier ruido alrededor.

A las seis, mi eventual compañera y lazarilla, ya había contratado un taxi. Yo solo me dejaba conducir porque no tenía ni idea donde estaba. Es increíble que al no tener señal, quedás absolutamente desconectada de la realidad. Ya no existen los mapas en papel. Y en este caso, mucho menos con letras latinas. Pasamos del alfabeto de los gusanitos arábigos a las rayas cruzadas de los chinos. Imposible entender nada!




Mucho menos pagarse un café o el mismísimo taxi cuando no tenía ni un donc (moneda vietnamita) en el bolsillo. Nadia se ocupó de todo, a pesar de su pierna desvalida. Ella conocía un hostel, ya que ya había estado allí hacía unos años.

Por suerte estaba abierto y nos recibieron muy bien, con un delicioso café “vietnamita” y tuve que esperar hasta las 8,30 que abrieran los bancos para cambiar mi dinero y ponerme al día con las cuentas con Nadia.

Ella decidió cambiarse de hostel porque no podía subir la escalera a los dormitorios, y yo ya estaba lista para salir a devorarme la ciudad, que a esas horas tempranas, ya era un hervidero de gente en movimiento, puestos callejeros, motos cual panal de avispas quemado y un bochinche de bocinas y gritos de vendedores ambulantes, descomunales.

Es decir, un caos!

Supe instantáneamente que al día siguiente, ya me habría ido de esta ciudad.

Recorrí las calles céntricas, hasta el edificio de la Reunificación, especie de Parlamento, el Correo Central, la Catedral de Notre Dame, la Sacre Coeur, y la Ópera. Todo en absoluto estilo francés de la época en que estos absorbentes colonizadores dominaban en estas tierras. Tanto los edificios públicos, como las viviendas familiares tienen impreso este origen, aunque las marquesinas, los carteles publicitarios, los nombres de las callles, los laterales de los colectivos, o lo que sea texto, está en jeroglíficos (para mí).




Notre Dame, copy /paste París, en reparación.







Por todos lados hay tours y visitas a los museos en memoria de la guerra, en las épocas en que la actual ciudad se llamaba Saigón, tan renombrada en las películas yankees lamentablemente. Es como en Berlín con la historia nazi. Obviamente no estoy dispuesta a conectar con el dolor del pasado. Lo respeto y punto. No adhiero a lo macabro.

Visité un gran mercado local creyendo que era artesanal, pero, China mediante, todo era de esa procedencia, desde ropa, relojes, comidas, celulares, zapatos, parlantes, libros, y millones de orientales dando vueltas. Realmente, estas masificaciones me superan, y solo quiero huir!


















Ya agotada, después de caminar todo el día, me compré “un no se qué”, especie de bollo de harina cuasi crudo relleno de hongos y huevo (lo más vegetariano que encontré), cervecita mediante, y me fui a sentar a un parque a ver como otros hacían sus ejercicios gimnásticos.

A mí con los míos, ya me dí por cumplida y me retiré a mis nuevos aposentos.

Mañana sigo para Mui-Né, unas playas en la costa este, frente al Gran Mar de la China.

Veremos, veremos….


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