¡Qué falta me hacía quedarme 2 o 3 días quieta en una misma ciudad!
Mi hostel está ubicado en el límite entre la zona comercial for exports and turists, y los barrios donde “comercializan” los locales, algo más parecido a los mercados turcos o marroquies. Cuchitriles metidos en las muros de más de seis siglos de la ciudad vieja, más destruída por el terremoto del 2015 que la destruyó gravemente.
Las puertas, los postigones, los dinteles, los escalones, todo es una maravilla de madera labrada, aunque astillada, quemada, partida, venida a menos…
Hay cientos de templos de todos los tamaños. En cada esquina, o donde confluyen dos diagonales, lo que en Italia denominarían piazza y pondrían mesitas para un ristorante de pastas, aquí hay un templo con sus inciensos, sus olores a vela de cera de yak, sus monstruos protectores, restos de flores hilvanadas en collares amarillos, devotos haciendo sus genuflexiones, entonando sus cánticos con sus puntos rojos sobre la frente.
Terminado el rezo, rodean el templete caminando (siguiendo las agujas del reloj como marca la tradición) y haciendo sonar las cuatro campanas de sus esquinas. Una última inclinación frente al Budha que se guarda en el interior, recitando el “Om mani padme hum” con las palmas unidas sobre la frente, la boca y el pecho. Esto es pedir la pureza de los pensamientos, de las palabras y de los sentimientos. Se deposita el candelabro en la bandeja para tal fin, aguardando tener buena fortuna y protección de la familia y cualquier otro deseo que consideres oportuno.
Yo no daba abasto para tratar de entender todo lo que Brontún estaba explicándome y la lista de todos los pedidos que me vendrían muy bien ser cumplidos, ja!
Brontún es un señor que apareció ahí de la nada y viéndome curiosear se acercó a compartirme su saber sobre estos ritos, que obviamente él los mamó desde bebé.
Primero desconfié que me estuviera por mendigar “una ayuda”, pero como lo veía tan entusiasta con sus explicaciones, lo seguí en la recorrida que me ofreció a distintos templos en tres o cuatro cuadras a la redonda. En cada uno, repetíamos el mismo ceremonial. En algún momento me pintó el punto rojo en mi entrecejo, me tiró pétalos en el cabello, y me untó la frente con arroz pegoteoso. Él estaba feliz que yo me dejara hacer, y yo me sentía orgullosa de andar por ese barrio, entre cabras y motos, entre cacerolas de bronce y montañas de ropa interior made in china, zapatillas simil Nike como terrones de azúcar y olores de comidas al curry.
Por supuesto, lo inevitable! En algún momento me empezó a contar de sus cuatro hijos y de la bebé de tres meses que necesitaba leche… que si yo lo podía ayudar con algún aporte para eso… Me pareció correcto. Yo no lo había pedido, pero para mí fue un regalo haber recibido todas esas enseñanzas. Me pidió que lo siguiera a un comercio, que resultó como a seis cuadras (38°C a las 11 de la mañana) al que prácticamente me llevaba corriendo.
Resultó ser un puesto de arroz al por mayor: bolsas de 30 y 50 kilos, al precio de una semana de mi hotel! Obviamente, me sentí estafada! Era evidente “el arreglo” entre el vendedor y el “devoto”. Le dije que No! Que lo compraría 2 o 3 litros de leche en otro almacén. Ahí nomás se enojó -como habiendo perdido su tiempo , habrán sido 15 o 20 minutos máximo!-, se dió la media vuelta y se fue a conseguir otra inocente víctima.
¡Cómo me dolió que usase la religión para tan descarada maniobra! Pensar que le estaba creyendo… y disfrutando de cada explicación (a pesar de mis limitaciones de criterios mentales con respecto al “trueque” con que las viven la mayoría que las profesan).
En fin… una mañana cualquiera en Katmandú, ja!
Seguí metiéndome en los mercadillos, tentándome con posibles regalitos para la futura posible vuelta algún día...ja! Tomando fotos de situaciones más que insólitas, o del arte arruinado en marquesinas, barandillas, estatuillas y rincones olvidados, entre nudos de cables de alta tensión, basura, aromas a especies, saris encimados de colores fluors y pespuntes dorados, colgados de las perchas de los escaparates sin vidrios. Evitando ser atropellada por las motos y los carritos a tracción, mirando cada pozo y cada piedra para no caerme en una cámara séptica abierta sin rejas siquiera. Alguna que otra jaula de cotorras en las entradas de los pasadizos embarrados, hombres en cuclillas encendiendo sahumos de sándalo, mirando pasar la vida… De todo como en botica!, se diría…
A pesar de todo, te diría que es una ciudad muchísimo más amigable que la Chongquing gigante que anduve en China, donde me daba pánico salir a la vereda. Aquí la gente te sonrié, te grita “Messy”, te pide sacarse una foto contigo, en fin, mucho más humana, una escala más abrazable...
Se ve que ya me estoy acostumbrando a entreverarme en estos caos sin que me afecte demasiado. Es más, de a ratos me rio sola, dándome cuenta dónde me he metido! Y al instante, agradeciendo mi condición de “pasajera”, sabedora de que en 1 o 2 días, ya me iré de esas pestes. Aunque trate de verle el lado poético, no quisiera vivir en estas condiciones por más de 48 horas, y darme cuenta, una y mil veces, lo privilegiada que soy, haber nacido en Argentina -más que nos duela y critiquemos, la verdad, a medida que recorro el mundo, la valoro más y más!-
Así, zigzagueando lentamente por plazoletas, corredores mínimos, calles saturadas y espacios cuasi no definidos, llegué a la Hanumandhoka Durbar Square.
El punto histórico por excelencia, donde conviven templos, palacios, museos, y otras edificaciones que datan del siglo XII en adelante, todas en estado un tanto ruinoso, pero con el orgullo de su pasado y de su resiliencia tras el terremoto.
No voy a especificar los nombres de cada uno, porque son cuasi ininteligibles, y el que quiere se los busca en Google, pero sí les puedo decir del laburo artesanal que se mandaron estos constructores nepaleses trabajando la madera con gubias y otras herramientas para que cada pieza encastre como si de robótica computada se tratase. IMPRESIONANTE!! y por algo habrán sobrevivido! No sólo belleza, sino calidad, empeño y el famoso “know how”, ja! Calenté la máquina de tantas fotos, ja!
Como los últimos tres días, tras el mediodía, el cielo se nubla de repente, empieza un vientito que anuncia agua, y en pocos minutos, a correr a buscar refugio o serás sopa.
Tiempo propicio para el relax, la lectura, las averiguaciones para los próximos pasos, los mensajes y llamadas con amigos al otro lado del mundo…
Valoro estos días en Katmandú, a mi ritmo, sin agencia de por medio.
Tibet fue tan vertiginoso como una película pasada a alta velocidad. Está bien que los organizadores traten de maximizar los tiempos, que las distancias en el desierto son enormes, y que hay tanto para ver y aprender. Más la interacción con los otros miembros del grupo.
Lo positivo es que tenía todo resuelto: alojamientos, comida, traslados y explicaciones históricas, pero para mí, fue demasiado! Quedé cuasi exhausta!
Así que este break de Katmandú a mi aire, me está encantando, y ya mañana -avioncito de 1 hora mediante- sobrevolaré los Himalayas para aterrizar en Bhután y unirme a otro guía y grupo por tres días más. Veremos…



















No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Si querés, dejame aquí tu mensaje o compartime tu Milagro...