Esto de alojarse en 4 estrellas comienza a ser un vicio! No sè còmo será volver a mis humildes hostels, ja!
Aunque sobre pretensiones, nada está escrito. Mi compañerita Petra que es sabedora del manejo de hoteles, se queja de las marcas de las almohadas, o de los productos de shampoo y acondicionador en la ducha; de la intensidad del purificador de aire, de las chanclas que te ponen junto a la bata, etc.etc. Nada alcanza sus standares de exigencia. A mí todo me parece un lujo! Hasta te ponen una cajita con cepillo de dientes con un mini dentífrico, un peine descartable, hisopos, lima de uñas, maquinita de afeitar y de depilar, almohadilla demaquillante, gorra descartable para la ducha, jaboncito de tocador,balanza y por supuesto, secador de cabello y toallones espumosos pesados como alfombras.
Todos cuentan con jarra hervidora de agua, saquitos de té, café y azúcar y algunos agregan algún mini biscuit. Toda una paquetería! Así que nada de que quejarse.
Lo cierto es que después del más que suficiente delicioso desayuno, cuando ya nos subíamos a la camioneta para iniciar el día rumbo a la frontera con Nepal, me acordé que la noche anterior no me habían devuelto el pasaporte después de retenérmelo para el cheq-in.
Lo reclamo en la recepción, y el muchacho que allí atendía -con cara de “Yo no sé nada”- solo miró por encima de su escritorio y dijo que allí no estaba.
-”ENTONCES?????” -pregunté indignada.
Me miraba con cara de Bo.
En eso apareció Yonsón a ver que pasaba que tardaba en ir a la camioneta, y le explico que mi pasaporte no aparece, y que el pibe no sabe ni hace nada.
Se puso como loca pidiendo hablar con el manager. Yo me senté en un sillón, para evitar el infarto. El manager no atendía el teléfono. Apareció otra empleada que tampoco sabía nada.
Pasaban los minutos y la máxima idea fue que iban a revisar las cámaras, como si alguien se lo hubiera llevado por equivocación. Mis pulsaciones subían de tono y ya me veía en la embajada portuguesa en Shangai haciendo los trámites de recuperación. Sufría por la pérdida de mis veinte sellitos nuevos del recorrido de este año transcurrido…
El guarda que revisaría las cámaras, no aparecía. Yonsón seguía insistiendo con la presencia de un superior.
Tras veinte minutos, aparece en escena Petra que, ajena a la situación, estaba preocupada en la camioneta por la tardanza. Puesta en autos, ni lenta ni perezosa, empujó de un caderazo al imberbe empleado y se puso a revisar los cajones del otro lado del mostrador.
Como habiéndome autorizado a seguirla, salté del sillón a hacer lo mismo con la papelería acumulada sobre bel escritorio. (Pero yo sin el caderazo, ya ni me queda cola.)
Revolvíamos a cuatro manos sin que los empleados tuvieran la más mínima actitud de cooperar o pedirnos que no estuviéramos de ese lado.
En un segundo, mi mano, como conducida por la de un ángel, dio con un sobre blanco con algo durito adentro. Antes de abrirlo, ya sabía que había encontrado mi tesoro. Dicho y hecho!
Lo abrí con la premura de un nombre candidato al Oscar y ví el bordeaux de su tapa portuguesa. Respiré aliviada.. Lo suficiente para mirar al empleado a los ojos y gritarle un sonoro y contundente: “BOLUDO!!!!” y salir al galope hacia la camioneta, con Petra y Yonsón de escoltas furiosas aunque con el tema resuelto.
Petra juró escribir a la Cámara Hotelera del Tibet para alertar la NO calidad de este hotel y sus empleados… bla blá… y obvio que lo hará. No la quisiera de jefa! Aunque reconozco que debe ser de lo más eficiente en su trabajo. Mis respetos!
Con más de media hora de atraso, partimos para la frontera. La ruta estaba cuasi intransitable por los arreglos de mantenimiento de algunos desmoramientos de piedras, así que cada tanto, debíamos esperar largas colas para la autorización del paso de único carril habilitado. Después de tres horas, llegamos a la Aduana, donde tras ayudarnos con los trámites de egreso de China (Odio que no te dejen poner TIBET!), nos despedimos de Yonsón y del chofer, héroe absoluto de la odisea de los últimos cinco días.
Allí mismo, otro guía nepalés de la misma agencia, ya nos estaba esperando,a Petra y a mí, más otra argentina que allí se unió al grupo. Nos hizo los trámites de la Visa de ingreso, y apuró la cola cuando nos hicieron abrir las valijas y nos palparon. Creo que fue la primera frontera en más de veinte, que me revisan el equipaje y me ponen las manos encima. Horrible! Lo gracioso es que la oficina migratoria es menos que una cucha de perro, super precaria, 0 sistemas de seguridad ni cinta de vista de las valijas, ni computadoras!!!
Todo a mano y a la antigua, tierra volátil y gritos mediantes. Una precariedad, peor que en África!
Lo cierto es que pasamos, y en la nueva camioneta, ya nos pusimos a charlar con mi nueva compatriota de Neuquén capital. Ja! Argentos por todos lados!
Otra viajera de cuarenta y pico que también viene haciendo de las suyas… somos varias “las valientes”, parece.
Lo cierto que si el último tramo de Tibet era desastroso, este nepalés casi se podría decir que directamente no existía. El ex pavimento estaba tan desdibujado que ni bordes ni límites tenía. Era una sucesión de baches, lomos de burro, barriales, cañadones, arroyos atravesados, cascadas derrumbadas en plena ruta, piedras y rocas que caían de las laderas cual “si te toca, te toca”.
Cada tanto, era tal el barro, que era como bailar un vals sin saber donde terminan los giros. Todo sobre una infinita cornisa de curvas infernales de las montañas más altas que ví en mi vida, claro! estábamos atravesando la cadena de los Himalayas!
En síntesis, fueron 12 horas ininterrumpidas (las últimas cuatro bajo un diluvio torrencial, por añadidura) de tener el estómago hecho un puño y de haber tenido un rosario en la mano, hubiera recordado como rezar… La palabra “Pánico” se queda corta…
Por otro lado, se supone que el paisaje fue bellísimo. Por antonomasia, los ocres del seco Tibet, se convirtieron en verde foresta de la impresionante jungla que tapizaban las laderas a ambos lados de los interminables cañadones. Túneles y cascadas, pueblitos mínimos más destruídos que habitados, la presencia de los primeros locales que veía: ellas con sus pollerones y sus trenzas, ellos con sus gorros chatos (modelo pizzero) y sus fajas brillantes a la cintura. Cabras, cerdos, perros y gallinas habitando la ruta, cual si fuera el patio de sus casas.
En un momento, ya en pleno agotamiento, divisamos Katmandú en todo su esplendor ocupando el valle en lo profundo. Creo que me sentí como Colón cuando debe haber llegado a las Amércicas. A lo lejos, minúsculas casitas de colores, apiñadas como racimos de uva en las colinas que encerraban el valle. No hay edificios altos, muy pocos. Las edificaciones promedio no superan las cuatro plantas. KTM ha sido reconstruída después del violento sismo que sufrieran en el 2015, se rescataron templos y monumentos; pero las casas han quedado en un estado bastante precario, salvo en el pequeño centro para turistas y europeos que se vienen a escalar los colosos del Himalaya en la temporada de invierno.
Petra y Laura, tenían reservas en un cuatro estrellas céntrico. Yo haría un paréntesis con la agencia durante los siguientes cuatro días, los armaré con mi libertad de decisones, incluído mi nuevo hostel de tres euros diarios, ja! Luego la retomaré para mi entrada en Bhután y sus consabidos permisos nacionalistas.
Ya acomodada en un cuarto sencillo aunque cómodo y luminoso, baño con la limpieza suficiente, y solo dos compañeros compartiendo el espacio. Un jardín central hermoso con varias mesas para trabajar, comer y charlar con otros huéspedes. En plena zona comercial, un tanto ruidosa, pero al mismo tiempo, cómoda para desplazarse y conseguir comida fácilmente. O sea, super bien!
Duchazo, algo de escritura, selección de fotos y… good show!











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