miércoles, 5 de noviembre de 2025

Belice ¡Happy Birthday!

 Encontrarte con una de tus hijas en el aeropuerto de Bogotá la madrugada de tu 69° cumpleaños, y no habiéndola visto por casi dos años, es cuasi un Milagro!

En realidad, un Milagro preorganizado, y nada fácil de organizar.

Primero coordinar las fechas posibles, los pasajes, la estadía, los gustos en las actividades y los traslados internos, por no hablar de las emociones internas y otras vicisitudes familiares dignas de una familia disfuncional, para decirlo con elegancia.

Lo cierto es que la fecha llegó y los Aviancas también.

Con los párpados pegados por el sueño interrumpido, nos abrazamos con la alegría del reencuentro prometido y comenzamos a intercambiar nuestras vivencias de las últimas horas, mate mediante! ya que Mariana no camina, sin su termo bajo el brazo. Llegó provista con 1 kg. de yerba para compartir -por suerte la Aduana no le hizo ningún problema- y una caja de chocolates de Bariloche a modo de regalo de cumpleaños. Todo dulce felicidad!

Enseguida llamaron a embarcar para el siguiente tramo rumbo a México. Teníamos asientos separados y decidimos mantenerlos para aprovechar a dormir otras tres horas.

En México recorrimos pasillos interminables en búsqueda de la siguiente conección con otra línea aérea local, con los minutos contados, en rumbo a Chetumal, frontera terrestre con Bélice.

Dormitamos otra hora y media más. Es un decir, ya que a mí me empezó un dolor de cabeza atroz.

Salimos del aeropuerto de Chetumal con la intención de tomar el bus ya contratado hacia Belice, pero el taxista nos informó de la distancia de la terminal y no llegamos a tiempo para prenderlo.

Sin ni molestarnos -más allá de mi dolor de cabeza- le pedí que nos llevara directo a Migraciones en la frontera, dispuesta a hacer dedo desde allí, ya que sé que contaba con la aprobación de Mariana, otra aventurera “con kms.!” como yo.

Estábamos en la cola para hacer el trámite de salida de Mexico, cuando veo una camioneta con tres o cuatro extranjeros, estacionada por ahí cerca. Me acerco a preguntarle si nos podría llevar a Belice capital y me dice que No, porque es un servicio contratado en una agencia. Veo que tiene lugares libres, entonces insisto con simpatía. El chofer, para desligar su culpa por la negativa, me muestra en su teléfono el logo de la compañía para la que trabaja. Enseguida lo reconozco. Es la empresa donde yo había comprado los dos tickets vía digital, y había creído perder el viaje. Le muestro mi reserva en mi celular: -”Esos lugares son para nosotras!”- afirmé segura y ya feliz!

El muchacho hizo un llamado a su compañía y le aprobaron que nos tomara así en la ruta. Todos felices, pasamos la frontera de entrada a Belice -pequeño país caribeño- y tras cuatro horas llegamos a su capital, dolor frontal más que insoportable, y calor más que abrumador.

La camioneta nos dejó en el puerto donde en media hora zarparía la lancha con destino a Cayo Caulker, la playa elegida para mi festejo en un bonito hotel costero frente al mar, con piscina y cocoteros, ja!

Aprovechamos ese ratito para ir a una farmacia en búsqueda de aspirinas (cosa tan exótica para mí como estar allí) y para comprar algo de comida.

Llegamos a la lancha justo a tiempo. Un mar turquesa de maravilla se abría en el surco espumoso brillante mientras el viento barría mi pesar. El meceo entre el oleaje bravío no nos dejaba adormilarnos, la belleza tampoco. Mucho menos la felicidad de estar juntas realizando este viaje.

Llegamos.

Nos indicaron un caminito por la arena hacia la derecha. Hubo que alzar la valija de mariposa, cual si volara. En quinientos metros, encontramos la entrada trasera al hotel seleccionado, sobre la playa.

Lo realmente extraño es que lindaba con el cementerio local!

Unas cuantas tumbas rectangulares, de diversos colores y numerosas flores, yacían bajo las palmeras con una vista alucinante, si pudieran los muertos ver. Un real privilegio para esos mortales, en el real sentido de la palabra, ja!

Nos anunciamos en la recepción y nos otorgaron un cuarto en la tercera hilera de cabañas.

Tuve que protestar un poco ya que yo había reservado en la primera, delante del agua.

La antipática mujer se molestó bastante diciendo que esas estaban ya todas ocupadas y solo tenía “esa” disponible.

Casi me enojo, había pagado por la vista preferencial y no por la tercera línea. Pedí hablar con el encargado. Me hicieron esperar más de media hora sentada en el bonito jardín, bajo una glorieta de flores. Estábamos derretidas, rendidas, ansiosas por zambullirnos a la pileta.

La gorda, nada, no tenía otra respuesta. El Administrador no aparecía. Mi dolor de cabeza seguía bombeando. Los minutos seguían avanzando la tarde. El hambre llamaba. La bronca contenida a punto límite.

Ante la negativa a un cambio por parte de la gorda, resolví rendirme y aceptar ese cuarto. No iba a tolerar que además, me amargara el cumpleaños! Mejor me conformaba y disfrutaba lo que había. En definitiva, para mí, lo más importante lo tenía en la mirada compasiva de mi hija, a punto de deshielo.

Dos enormes camas, aire acondicionado, ventilador de techo y buen baño eran más que suficientes. Nos cambiamos y directo al agua!

Chapuceamos un poco, y para evitar quedarnos dormidas en las reposeras, nos duchamos lindas y salimos a recorrer la isla en procura de una deliciosa cena de festejo.

Lo de deliciosa se estaba complicando porque más allá que pescados fritos o burritos mexicanos, no había mucho para elegir.

Los barcitos costeros aullaban músicas cumbianteras a todo volumen y el ambiente se empezaba a tornar con yanquees maduros -vaso de ron en mano- en conversaciones libidinosas con pulposas negras pechugonas.

Seguimos caminando por la playa ya oscura. En algún momento dimos con un localcito con waffles, quesadillas, tamales y jugos. Excelente!

Compramos nuestra cena-picnic en la playa, y hasta había porciones envasadas de cheese-cake! Sólo faltó la velita. Aunque en ese mismo momento en que nos acomodábamos en unas hamacas, una luna gigante, entre rosada y dorada, se elevaba de las aguas con una magnificencia propia de reina. Belleza pura… regalo inmenso de la Maga Naturaleza…

El dolor de cabeza se estaba esfumando de a poco, la felicidad me colmaba, y el Agradecimiento lo inundaba todo. Estaba en mi propia Fiesta! Con solo una invitada de lujo!

Cuando el deslumbre de la luna llegó bastante alto, y los párpados ya se nos bajaban solos, emprendimos el regreso a través de la única calle costera del minúsculo pueblo.

En diez cuadras ya estábamos horizontales en sendas camas.




El sol entró por las ventanas del cuarto, pero ninguna de llas dos quiso darse por aludida. Dormimos hasta que se nos cantó, cuasi mediodía!

Desayunamos en el muelle frente al mar, saludamos a los muertos vecinos, y escuchamos las propuestas de buceo, snorking y otros pasatiempos en la isla.

Lo más afamado de Belice es la barrera de coral, segunda en importancia mundial después de la de Australia. Sabía que Mariana adoraría visitarla.

Otro punto de interés, el sublime “Agujero Azul” convocaba a buceadores de todo el mundo, aunque a un costo digno de su exclusividad. Se trata de un foso de 300 metros de diámetro y 18.000 de profundidad en pleno mar. Así como así, sin más, en medio de las aguas turquesas, este círculo se visualizó por primera vez en el 1960 en un viaje de astronautas rumbo a la luna. Es como si hubiera sido el cráter de algún volcán, ahora inundado por el océano. Tiene fama de estar rodeado internamente con millones de estalactitas adosadas a sus paredes, donde cardúmenes de todos los colores y especies, hacen su vida en el absoluto silencio que otorgan las profundidades.

Para llegar, 3 horas de barco para ir y otras tantas para volver. El tour arranca a las 6.00 am. Y se supone que debes tener certificado de buceo aprobado y vigente; o solo te hacen una inmersión menor de 40 minutos en el lugar.

Otra forma, es conformarse con mirarlo desde el aire, sobrevolándolo en una pequeña avioneta digna de Sain Exupery. Recorrido de 1 hora con felicidad garantizada por 24!

Ésta es la que elegimos, después de balancear las posibilidades del clima para el día siguiente. Era más fácil completar el cupo de cuatro en el aeroplano que en una lancha para veinte. No queríamos arriesgarnos a perder la visita a esa maravilla. Para eso habíamos ido hasta allí, más precisamente, el ombligo ( o culo?) del mundo!

Lo cierto es que disfrutamos el vuelo a mil! Mariana ocupó el lugar junto al piloto y logró hacer unos videos en primer plano. Yo feliz, ya exenta del dolor de cabeza, la miraba disfrutar… El turquesa y el azul se entrelazaban según las profundidades, y un aro de corales rodeaba el círculo con la perfección de un compás de punta. Maravillas de la Naturaleza que te dejan con la boca abierta. Y el alma de privilegiada, más que Agradecida!!!


Con la meta cumplida, esa tarde decidimos mudarnos a San Pedro, la otra isla vecina, donde probaríamos suerte con el snorkel en otra reserva. Abordamos la lancha sin problemas, que aquí funciona a modo de colectivo, y en una hora ya estábamos instaladas en un bonito hostel sobre la playa, con una piscina de luces de colores en la terraza del tercer piso, con una vista impresionante, donde la luna llena volvió a sorprendernos con toda su magnificencia.

Tras el brindis cervecero, dormimos como lironcitas…


A la mañana siguiente, aprovechando el nubladito, salimos a averiguar por las excursiones de snorkel. La gran promoción era ir a ver los tiburones nodrizas al arrecife de no sé cuanto.

Nada más alejado de nuestras intenciones!

Ya los habíamos visto desde el muelle de Cayo Caulker y nada de ganas nos daba ir a nadar entre ellos, por más que te dijeran que eran inofensivos. No sea cosa que hubiera algún colérico en la manada, para arruinarte la vida. Nosotras solo queríamos ver pececitos de colores, algunos corales y más que suficiente!

Todos los tours incluían la nadada con las bestias de aleta y no era cuestión de pagar para quedarte sentada arriba en la lancha. Una excursión privada saldría un dineral, imposible…

Seguimos preguntando y dimos con un simpático lanchero que nos propuso esperar a ver si se acercaba alguien más para completar el cupo de nuestro recorrido. Tras una hora, nadie! Todos se las quieren dar de valientes jactándose después de su aventura. Mientras nosotras, sonrisas y charla amena.

Ya pasadas las diez, el buen joven dijo: -” De acuerdo, las llevo!”- preparando el ancla y sus bártulos.

Chochas nos metimos de un salto y nos dispusimos a disfrutar. En poco más de media hora, ya estábamos en la Barrera de Coral! Otra maravilla! Es como un murete perimetral a la isla a unos 200 metros de la orilla, que contiene el mar e impide que las grandes olas lleguen a la playa, convirtiendo a esta en una gran piscina de aguas calmas y cristalinas.

En esa transparencia nos sumergimos con los snorkels y su compañía de buen guía. Cada tanto emergíamos a la superficie donde nos contaba que pez o que planta era eso que estábamos viendo. Sabía un montón! Nos contaba particularidades de la vida de cada especie o nos señalaba alguno muy diferente en su carrera a los escondites pétreos. Un sin fin de cuevas, estrellas marinas, corales petrificados o vivos, colores, luces, burbujitas que se escapaban de los respiradores, todo dispuesto para la magia submarina, para nuestro gozo y nuestro asombro.

Por la tarde decidimos conocer la “Secret Beach”, obviamente nada de secreto, ya que es la más popular.

Tras hora y pico de “dedos” varios en tuc-tucs, o lo más semejante a carritos de golf de décima generación, llegamos, tras mil pozos mediante a la afamada playa al mismo tiempo que un aguacero huracanado propio de latitudes tropicales.

Nos refugiamos bajo unos toldos chapuceros y nuestra desilución fue palpable: 0 arena, pura roca resbaladiza enmohecida, agua cuasi estancada y cientos de papelitos, botellas, mugre por doquier. La música bachatera a mil amperes, mientras otros tantos yankees en búsqueda de ronroneos -ron mediante- se bacilaban con las negra en búsqueda de mejor fortuna. Patético!

Apenas escampó un poco, huimos despavoridas y decidimos que la piscina del hostel era nuestro mejor amparo por el resto del día. La luna llena completó su promesa diaria, ya más tipo queso gruyere en decadencia, pero de una cáscara roja preciosa.

Dormimos como angelitas con los planes para el siguiente día...

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