El país más pequeñito de Centroamérica y con una bandera bastante parecida a la nuestra, solo que en vez del sol central, tiene cinco volcancitos dibujados.
Es que El Salvador es tierra de volcanes, muchos de ellos en actividad hasta el día de hoy y muchos que han erupcionado no hace tanto tiempo. Con lo que me hace pensar que mejor pasar rapidito, no sea cosa que alguno de ellos se le de por toser justo ahora que estoy yo, ja! Salpicados por aquí y por allá como si una mano repostera hubiera arrojado conos gigantes de merengue verde, cubiertos por una vegetación más que exuberante.
Las altas montañas invitan al habitat de numerosas aves, jamás había visto tantos cóndores a simple vista como por acá.
Tampoco había visto tantos rollos de alambre de púa en los altos muros, como veo por acá. En realidad los vengo viendo en todo Centroamérica, una lástima! Por lo antiestéticos y porque indica un nivel de robos y violencia en cada propiedad. Te hace tener las antenas prendidas todo el tiempo. Bah...como si estuvieras en algunos barrios de Buenos Aires, ninguna novedad!
En contraposición, sí puedo ver un montón de flores! Es llamativo que aunque sean matorrales a lo largo de las rutas, o jardines de casas privadas, o en plazas de pueblo, a cada paso te gratificas con el color diverso de tantas flores, la mayoría nativas y espontáneas, y eso lo hace un país bello.
Mi primer punto ha sido la ciudad de Santa Ana. Aunque lo de ciudad le queda un tanto grande. Por supuesto, como toda ciudad colonial de conquista española, tiene la plaza central cuadrangular, con su respectiva Catedral, el Ayuntamiento, la Policía y el Banco. Y en estos días, también el arbolito de Navidad artificial en su centro.
En este caso se le suma el Teatro Santa Ana a un costado de dicha plaza, centenario edificio barroco con detalles del neoclasicismo italiano que fue construído en 1910 por artistas europeos. Realicé una pequeña visita a su interior porque estaba por empezar una obra lírica y me hizo acordar mucho al teatro de Manaos, con toda la locura que fue construirlo.
Pero lo más significativo para llegar a este lugar, es la escalada al volcán San Ana, una ascensión de 900 metros a 45° para llegar a la boca del cráter donde hay una laguna turquesa con emanaciones de azufre y unas vistas panorámicas a todo su alrededor.
Desafiando mi supuesta edad y confiando en mi estado atlético, me le animé!
Tras cuatro horas de sudoroso sufrimiento y mosquitos sin fin mediante, lo logré!!
Tras recuperar el aliento, además de sentirte una heroína, sientes que has dejado veinte años por el camino… ja!
Más que satisfecha, retorné al hostel, directo a la pileta.
Hice un esfuerzo supremo para no dormirme a media tarde para así estudiar un poco acerca de los otros puntos de interés de El Salvador y decidir mis pasos para las siguientes jornadas.
Lo siguiente turístico era una playa sobre el Pacífico, meca de los surfistas, ya que había sido declarada sede para el próximo campeonato mundial.
Ví las fotos de lo que llamaban “playa” y las rocas negras no me entusiasmaron para nada, además prejuzgué -con años de viajera experimentada- que también sería sede de boliches “juveniles”, de bochinche y alcohol, nada de eso me interesa, mucho menos practicar surf. Decidí pasarla por alto, iría directo a San Salvador, la capital. Aunque sin mucho entusiasmo, ya que para ver catedrales, iglesias y el monumento central de la plaza… en fin… la ruta pasaba inexroblamente por allí.
A la mañana siguiente, me organicé y partí temprano. Cuando estaba pasando por el centro cívico de la capital, desde el mismo bus, decidí que ya lo daba por visto, más de lo mismo!
Seguiría directo a la terminal de buses para tratar de enganchar alguna combinación directo a la frontera con Honduras.
No había mucho más para ver. Ya cumplí con un volcán y ya fue suficiente para mi cuerpito, ja!
Lo cierto es que el chofer se olvidó de decirme donde bajar para combinar el micro y me hizo como 100 kms. en otra dirección, donde debí retornar por la diagonal de la hipotenusa, para ir a dar a la frontera.
Siendo ya las cinco de la tarde, con el sol ya casi acostado, decidí pernoctar en un hotelucho al costado de la ruta, que arriesgarme a cruzar a oscuras, por más que dijeran quel paso está abierto 24/7. Con el frescor nocturno, ésa es la hora de los camioneros, y yo ya no estaba para hacer “dedo”. Ahora soy “una señora mayor”, ja! Aunque el hotelucho me costó más que un cinco estrellas, bandidos!
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