A la mañana siguiente, nueva despertada tempranera, no sea cosa de perder el barco!
A las 8.00 am. firme como un marinerito, ya estaba en el muelle dispuesta a hacer mi cheq-in y a atrapar las medialunas del prometido desayuno.
A la mañana siguiente, nueva despertada tempranera, no sea cosa de perder el barco!
A las 8.00 am. firme como un marinerito, ya estaba en el muelle dispuesta a hacer mi cheq-in y a atrapar las medialunas del prometido desayuno.
Para salir del desierto, ni intentè volver a hacerlo por tierra, mucho menos a dedo. Me subì al correspondiente avioncito y en 3 horas estaba en Cairns, en el Nordeste australiano, frente al océano Pacífico.
El “aeropuerto” de Laverton fue lo más parecido a una sala de espera de dentista de pueblo, escasos 10 m2, con un mostrador que oficiaba de cheq- in con la misma señora que me había vendido el pasaje una hora antes, la que me recibió la valija y la acomodó en un carrito cargado de cajas de herramientas (obvio de los mineros), la que le hizo las señas codificadas a la avioneta que venía bajando en el horizonte, la que puso la escalerilla para que bajara gente y subiera otra, cual colectivo de la línea 60.
A las 6 de la mañana (ya hablé de lo sacrificada que es la vida de los viajeros) intentando evitar el calorón del día, ya estaba paradita en la rotonda de salida de Kalgorlie.