Habiendo averiguado que había una combi de Ubud a Amed, no dudé en reservar un lugar para la mañana siguiente.
A las 8 am. Firme como en la escuela, mochila al hombro, lista para embarcar.
Habiendo averiguado que había una combi de Ubud a Amed, no dudé en reservar un lugar para la mañana siguiente.
A las 8 am. Firme como en la escuela, mochila al hombro, lista para embarcar.
Sigue la lluvia, estamos en la temporada de ciclones y lluvias, por ende, temporada baja para el turismo, muchos lugares disponibles y a precios más que convenientes.
Cada vez que llovió paró, así que al mediodía me volví a mudar a un hotel “más que lindo!” que había visto en mi recorrida de la tarde anterior.
Esta región, aledaña a la ciudad de Denpasar forma parte de Bali, isla lindera a Java, y a otras 1200 islas, conformando el país de Indonesia. Ubud se hizo famosa y extremadamente turística, a partir de la peli “Comer, Rezar, Amar” donde la protagonista pasa unos días que relata en la tercera parte de su libro.
De esos en que miras el cielo y dejas tu mente divagar…
Me he dado cuenta que, aunque lo intente, nunca seré una “nómade”.
Palabra que me encanta por su relación con la libertad, con las caravanas de camellos en la quietud del desierto, o de alegres carromatos gitanos, de aves en vuelos trasatlánticos, de migración de fieras salvajes, o de semillas al viento.
Ser nómade me remite a la casita que porta el caracol, o a la caparazón de una tortuga. Las ramitas con que se empeñan los pájaros en construir sus nidos o la diversidad de casas rodantes con que nos tienta el mercado actual.
Ser nómade implica andar liviana, sin ataduras, sin apegos, sin dependencias.
Ser nómade es andar sin tener un destino de llegada, mucho menos de vuelta a un hogar.
Cada una de estas cualidades me rozan, pero no me abarcan.